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ARGENTINA / URUGUAY

Relato de un viaje a Argentina y Uruguay

Diego Martínez
Published on Data viatge: 2008 | Publicat el 21/01/2009
Darrera actualització: 04/2022
2.6 de 5 (211 vots)

Introducción

En este relato pretendo contar, de una manera precisa y amena, la experiencia de nuestro viaje a Argentina y Uruguay, realizado entre el 15 de noviembre y el 3 de diciembre de 2008.

Pasamos bastante tiempo leyendo numerosas crónicas sobre este destino, consultando foros, etc. Así que, lo mínimo que podíamos hacer era compartir con los demás nuestra experiencia y que pueda servir de ayuda para otros. Por ello adjunto mi correo para las posibles dudas que a alguien se le puedan plantear, al igual que a nosotros nos sucedió en el momento de preparación del viaje.


DIARIO DE VIAJE

Día 1 - Inicio del viaje

El viaje comenzó en el aeropuerto de Santander con el vuelo destino a Madrid, a las 18:55, sin retraso alguno. Nuestro siguiente vuelo de Iberia, con salida en Madrid y destino Buenos Aires salió de Barajas a las 01:45, sin retrasos (primer punto a favor de Iberia sobre Aerolíneas). Llegamos al aeropuerto Ezeiza de Buenos Aires a las 10:40 de la mañana sin ningún contratiempo, habiendo aprovechado para dormir 5 o 6 horas de las 12 de duración total de aquél. Justo en la zona de salidas, aprovechamos para cambiar dinero, en el Banco de La Nación. El cambio cada día peor para los europeos, en nuestro caso por cada euro nos dieron 4,12 pesos argentinos.

A la salida nos estaba esperando Bruno, de BArgentina, con una sonrisa en los labios y en el trayecto hasta el aeroparque Jorge Newbery nos fue mostrando las partes más importantes de la ciudad, bueno en realidad sólo parte de ellas porque no nos sobraba nada de tiempo pues nuestro vuelo con destino a Iguazú salía a las 13:35 y teníamos que cruzar toda la ciudad. Llegamos al aeroparque con una hora de antelación y allí estaba esperando Pablo, gerente de BArgentina, quien nos dió las oportunas explicaciones generales sobre el viaje que iniciábamos, documentación, vouchers, etc. Y, oh sorpresa, primer vuelo con Aerolíneas y primer retraso de 45 minutos (entraba dentro de lo previsible). Aprovechamos el tiempo para comprar una tarjeta de llamadas internacionales de Telecom, por 20 pesos (al cambio unos 5 euros). Te da la oportunidad de llamar a teléfonos fijos en España durante 100 minutos. Un auténtico chollo teniendo en cuenta que los ladrones de Movistar cobran a 3,15 € el minuto, más el establecimiento de llamada.

En fin, tras una hora y cuarenta y cinco minutos de vuelo nuestro avión llegó al aeropuerto de Iguazú, sin la deferencia del piloto, que además de llegar con retraso, no se digno sobrevolar las cataratas para dar una alegría a los pasajeros. Debería aprender algo de otros compañeros de profesión como por ejemplo el que en el vuelo a Calafate nos explicó y sobrevoló todos los glaciares dando las explicaciones pertinentes. En fin, hay de todo, como en todas partes.

Nuestro hotel en Iguazú era el Cataratas, pero no el del lado brasileño que se llama hotel Tropical Das Cataratas, y que está en pleno lado brasileño del parque Nacional. Nos tuvimos que conformar con estar a varios km. del Parque y a un kilómetro del pueblo de Puerto Iguazú.

Aprovechamos que teníamos parte de la tarde libre, más bien unas pocas horas, vimos las instalaciones del hotel, hasta un campo de fútbol y todo, además de piscina al aire libre, spa y otras comodidades. Las habitaciones, aunque amplias, bastante básicas para un cuatro estrellas. Se nota que había conocido tiempos mejores. La estructura del hotel es de tipo colonial, de pocas plantas y rodeado de vegetación por todas partes, como casi todo por allí.

Tras la primera inspección ocular, salimos a la carretera que pasa por delante del hotel y que lleva directamente al pueblo de Puerto Iguazú, y esperamos a nuestro primer "colectivo" en Argentina en la parada que hay justo enfrente de la puerta del hotel. El precio del colectivo hasta Puerto Iguazú 1,5 pesos por persona. Dimos un paseo por el pueblo, con mucha vegetación por todos lados y nos dispusimos a elegir lugar para hacer nuestra primera cena en Argentina, sin demasiado acierto. Nos dio por entrar en La Esquina, el restaurante del hotel St. George. Lo primero que te ofrecen es un buffet de 45 pesos, pero como no tenía carne y llegábamos caninos de buena carne argentina pues desechamos el buffet y optamos por la carta. Pedimos un bife de chorizo y una milanesa. El bife tenía un tamaño que a mí, por ser el primero que comía, me pareció hasta aceptable. Al día siguiente descubriría que lo que me dieron fue una ración del menú infantil. Como complemento o guarnición nos sirvieron unas patatas congeladas. La cosa se ponía interesante y para rematarlo a mi mujer la sirven una milanesa que no ocupaba ni un cuarto de plato. En fin, la primera cena, fracaso total. Afortunadamente, en adelante la cosa iría mucho mejor mejor.

Para volver al hotel, en lugar de esperar al colectivo cogimos un taxi por 10 pesos. Cómo no, también este remisero nos ofreció sus servicios para hacer el lado brasileño al día siguiente. El primer precio que nos dio un remisero cerca del hotel por hacer esa excursión que era de unas pocas horas, fue de 220 pesos argentinos. El que nos ofreció el que nos llevó por la noche al hotel fue de 200 pesos argentinos. Al final, al día siguiente, y por puro azar, acabaríamos consiguiéndolo por 150 pesos argentinos.


Día 2 - Iguazú. Excursión cataratas lado argentino y excursión cataratas lado brasilero

Al día siguiente teníamos contratada la excursión del lado argentino de las Cataratas. Nos pasaron a buscar a las 8:50 de la mañana, muy puntuales, de la empresa Caracol, receptivos en Iguazú, para ir al Parque Nacional de Iguazú en su lado argentino. Entramos, previo pago de 60 pesos/persona (menudo atraco). Por suerte, alguna entrada nos ahorraríamos en nuestro periplo por Argentina porque como también aquí se estila la discriminación de precios entre nacionales y no nacionales, y gracias a que compartimos idioma, pues en adelante, hemos pasado alguna vez por nacionales sin mayores problemas y os aseguro que el ahorro en entradas a parques nacionales es considerable. La persona que nos llevó hasta el Parque Nacional, Inocencio, nos ofreció también sus servicios para hacer el lado brasileño esa misma tarde. Tras unas breves negociaciones conseguimos sacar el mejor precio de los tres que hasta el momento teníamos y quedamos con él a las 15:30 a la puerta del Parque Nacional, con un precio pactado de 150 pesos argentinos.

La visita al Parque Nacional de Iguazú en su lado argentino comenzó en nuestro caso con una caminata de 750 metros desde la entrada, adentrándonos por el sendero verde, durante unos 700 metros hasta llegar a una estación pequeña de tren, la estación Cataratas, que te conduce hasta la Estación Garganta del Diablo (unos 2 km de recorrido en tren turístico). La idea del tren turístico es una gran innovación, no por el medio de transporte en sí mismo, sino por la reducción del impacto del turismo en el ecosistema. Una vez llegados a la estación de la garganta del diablo, nos espera otro paseo de 1.200 metros por pasarelas sobre el río Iguazú, que impresionan bastante y lo mejor viene al final según te vas aproximando al espectáculo de la naturaleza que son las cataratas y que le dejan a uno con la boca abierta. En esos momentos te das cuenta de lo insignificante que es el ser humano al lado de la fuerza de la naturaleza. El guía nos comentó que habíamos tenido mucha suerte porque hacía tiempo que no bajaba tanta agua.

Tras esto, desandamos el camino por las pasarelas, otra vez al tren hasta la estación Cataratas y nos dispusimos a realizar los senderos de las pasarelas superiores. A través de un recorrido de otros 1.500 metros, vas pasando por distintos saltos, con nombres distintos, vistos siempre desde arriba, y abajo quedan las pasarelas inferiores. Entre los saltos más impresionantes destacan Salto Bosetti, Dos Hermanas, Chico, etc. En total, las cataratas tienen una longitud, en extensión, cercana a los 3 km. aunque no son las más altas pues no superan nunca los 80 m. de altura.

Con estos recorridos ya se va la mañana entera y nosotros teníamos que embarcar a las 13:45 en la "Gran Aventura". Caminamos hasta una zona de restauración con un restaurante y zona para hacer picnic, con el tiempo justo para tomar algo antes de iniciar la excursión. La Gran Aventura se realiza en unas zodiac o "gomones", como las llaman ellos, con asientos fijos. La excursión comienza con un paseo de 40 minutos por un camino de tierra en unos camiones descubiertos, atravesando la selva hasta llegar al embarcadero. A lo largo del trayecto el guía te explica los animales que es posible avistar. Yo creo que hace años que no ven un tucán por allí y mucho menos alguna fiera, pero él disimulaba bastante bien. Una vez en el embarcadero, te pertrechas con un chaleco salvavidas, bañadores, chanclas, chubasquero y lo que quieras. Al final, te pongas lo que te pongas, te mojas igual. Mi consejo, cuanta menos ropa mejor. Te suministran un saco impermeable para meter las cosas y que no se te mojen al entrar bajo los saltos y una vez listos recorres unos 4 km a una velocidad endiablada río arriba hasta llegar a dos de los saltos. Todo el mundo hace las fotos de rigor, te dan tiempo a guardar todo a buen recaudo para evitar que se moje y enfilan hacia los saltos. Siempre hay que pedir la repetición del chapuzón porque uno sólo sabe a poco. El momento de subida de adrenalina no dura mucho pues en caso contrario no todos los corazones lo resistirían. Tras esto, te desembarcan allí al lado, te cambias de ropa al aire libre porque no os vayáis a pensar que se les ha ocurrido construir unos vestuarios, un baño o algo así. Nada de nada, en pelota picada en plena naturaleza. Esto sí que es armonía con la naturaleza. Sólo faltaban los taparrabos con hojas verdes para turistas y la gran aventura sería completa.

Trepamos de nuevo hacia la parte alta de las cataratas, pues las zodiac te dejan al pie de aquellas, por unas escaleras de piedra construidas sobre la roca porque habíamos quedado a las 15:30 con nuestro remisero Inocencio que nos iba a llevar al lado brasilero de las cataratas. Llegamos un poco tarde pues hay una tirada considerable desde donde acaba la Gran Aventura hasta la entrada del Parque, pero allí estaba fiel y puntual Inocencio. En otros 30 minutos de trayecto ya estábamos en la frontera con Brasil, nos pusieron los sellitos en los pasaportes y enfilamos hacia las cataratas brasileras, no habiendo perdido más de cinco minutos en la frontera. La entrada creo recordar, al cambio en pesos, porque no teníamos reales, ni falta que nos hicieron, fueron unos 24 pesos argentinos/persona. La última visita del Parque brasilero, en esta temporada, era a las 18:00 horas, aunque una vez dentro te permiten permanecer hasta las 19:30.

En el lado brasilero de las cataratas el sistema para visitar el Parque es distinto al del lado Argentino. Según pagas las entrada, te suben en un "omnibus", autobús en castellano, que hace tres paradas a lo largo del recorrido. Te puedes bajar en la que te plazca. Nosotros, sabiamente aconsejados por Inocencio, nuestro remisero y guía al mismo tiempo, nos apeamos en la última, justo delante del hotel Tropical Das Cataratas, una preciosidad de hotel, por su posición, el único dentro del parque en su lado brasileño y aparentemente por sus instalaciones. De ahí arranca un paseo de 1.100 metros desde el que se ve el lado argentino de las cataratas, sólo separadas por el río Iguazú y la isla San Martín. A mi juicio y al de muchos otros, ambos lados se complementan. Desde el lado brasilero se aprecian en su verdadera dimensión lo que son las cataratas, por eso recomiendo no obviar esta visita. Al final del recorrido un ascensor te sube de nuevo hasta la parte alta y se coge (perdón por la expresión, se "agarra") el autobús de vuelta a la entrada del Parque. En poco más de dos horas da tiempo de sobra para hacerlo, pues es únicamente un paseo.

Una vez salimos del Parque y tras esperar a Inocencio, que no andaba por allí (seguro que no estuvo perdiendo el tiempo y lo aprovechó para hacer algún servicio por la zona) nos dirigimos a Foz de Iguazú (lado brasilero). Nuestra intención era quedarnos a cenar allí, pero entre lo desangelado que parecía el lugar y las advertencias de Inocencio sobre la falta de seguridad, decidimos volver a Puerto Iguazú. Camino de Puerto Iguazú Inocencio nos contó anécdotas que suelen ocurrir en la zona que existe entre ambas fronteras, es decir, un tramo de carretera de unos 500 metros, atravesado por un puente, donde nunca hay iluminación, pues ya se encargan los contrabandistas de que no funcione y que resulta especialmente peligroso. Alguna historieta también contó sobre la corrupción policial existente en ambas fronteras que él mismo había sufrido y con la cual tenía que lidiar cada vez que tenía que traer algún aparato eléctrico desde la zona de Paraguay, en concreto desde Ciudad del Este, en la que los precios debían de ser muy reducidos.

Aún la jornada nos deparaba una sorpresa más y era el punto donde se juntan las tres fronteras, Argentina, Brasil y Paraguay. Es un lugar situado apenas a 1 km de Puerto Iguazú, donde nos dirigimos con Inocencio. Es una zona elevada en la que hay un parque donde la gente se reúne por la tarde a tomar mate y a dialogar. Muy animado y con unas vistas preciosas. Lo recomiendo de manera insistente.

Para poner fin a una jornada maratoniana y algo estresante cenamos en Puerto Iguazú, en un sitio llamado El Andariego. Buena comida a precio razonable. Allí conocí, por fin, el verdadero bife de chorizo con una salsa de pimienta que estaba de muerte y nos sirvió para recuperar fuerzas, acompañado por una Quilmes de un litro bien fría. La vuelta al hotel, de nuevo en remis desde el mismo pueblo.


Día 3 - Traslado de Iguazú a Bariloche

Hoy hemos madrugado un poco más de lo normal pues el transfer al aeropuerto pasaba a buscarnos a las 07:50. El vuelo de Iguazú a Buenos Aires salió con un poco de retraso, y el siguiente, de Buenos Aires a Bariloche apenas se retrasó media hora, porque como habréis intuido no hay vuelo directo entre Iguazú y Bariloche, siempre hay que pasar por Buenos Aires, con la consiguiente pérdida de tiempo. Llegamos a Bariloche y allí nos estaban esperando para trasladarnos a nuestro hotel, el Nahuel Huapi, un cuatro estrellas, bueno yo diría tres estrellas y una de propina. La habitación era minúscula y no podías abrir la maleta y salir de la habitación, a no ser saltando por encima. Por lo demás, correcto, también el desayuno buffet.

Esa primera tarde en Bariloche la dedicamos a pasear un rato y conocer la ciudad. Es una ciudad de unos 120.000 habitantes. La verdad es que yo me la había imaginado de otra manera, pues la gente siempre hablaba de casitas de madera y salvo la zona de la plaza al principio de la calle Mitre y los alrededores de la ciudad, lo demás no tiene nada reseñable. Intentamos localizar un restaurante para cenar llamado La Fonda del Tio, recomendado por nuestro receptivo y curiosamente también por la guía Lonely Planet, con tan mala suerte que estaba cerrado por obras de reforma.

No acabó ahí la mala suerte pues esa misma tarde habíamos intentado subir al cerro Otto, que está al lado de Bariloche y al que se llega en poco tiempo, pero también estaba cerrado unos días el teleférico por obras de mantenimiento. Al final y tras dar bastantes vueltas y probar los chocolates de Mamuscka, en plena calle Mitre (para mí los mejores de Bariloche), nos decidimos por el restaurante Jauja, en la zona de las parrillas, calle Villegas creo recordar. Mi mujer comió una auténtica milanesa que no cabía en el plato y yo pedí un ciervo a la cazadora, muy bueno también. El precio razonable una vez más.


Día 4 - Bariloche. Cerro Campanario y Excursión Isla Victoria y Bosque de Arrayanes

Madrugamos un poco porque queremos hacer bastantes cosas. Hoy por la tarde, a las 13:45 tenemos programada la excursión a la isla Victoria y Bosque de arrayanes. Nos pasarían a buscar por el hotel a las 13.00, pero hemos hablado con la agencia para que en vez de eso, quedar directamente en Puerto Pañuelo, que es el sitio desde el que parten los barcos que hacen la excursión, porque nos coge (perdón otra vez la palabra maldita) de camino hacia nuestro primer destino de la mañana que es el cerro Campanario.

Pues bien, solucionado el tema, a las 08:30 tomamos el colectivo nº 20 que parte del centro de Bariloche y en unos 30 minutos recorre los 17,5 km. que hay entre la ciudad y la base del Cerro Campanario. El precio del billete creo recodar 2,5 pesos/persona. Hace una cantidad de paradas por el camino que parece que no vamos a llegar nunca. Arribamos al Cerro Campanario justo a las 09:00, hora en que abre el telesilla que sube hasta la cima. El precio del telesilla 25 pesos/persona. Un consejo, procurad llegar temprano porque en caso contrario se llena de gente. El ascenso hasta la cumbre dura unos 7 minutos y una vez arriba te recibe un personaje curioso, un tipo parecido a nuestro Pocholo, que te pregunta si deseáis que os haga una foto sentados en el telesilla. En el lugar hay unos cuantos miradores con distintas vistas de los lagos de la zona. Realmente maravillosa la vista. También hay una confitería. En los miradores hay instalados unos paneles informativos con grabados de los cerros, lagos y lugares destacados para que el visitante pueda ubicarlos sobre el terreno y tener una idea un poco más clara de lo que está viendo. El tiempo que puede llevar la visita depende del número de fotos que se quieran tomar y de lo que dure el ensimismamiento con el precioso lugar.

De vuelta en la base del telesilla cogimos de nuevo el colectivo número 20 en la misma dirección, que dicho sea de paso, tiene una frecuencia de 10-15 minutos, y continuamos unos 7 km más en dirección a su última parada que es el hotel Llao Llao, un hotel situado en un paraje idílico, con unas instalaciones maravillosas y un campo de golf que los amantes de este deporte lo gozarán.

Nos apeamos en la parada de Puerto Pañuelo, que en realidad está justo al lado del hotel Llao Llao y subimos andando hacia el hotel y en unas escaleras que había a media cuesta camino de la entrada principal, decidimos acceder por ellas y explorar los alrededores del hotel, el campo de golf, helipuerto, campo de fútbol, embarcadero privado, etc. No está permitida la entrada, pero quien te puede negar el acceso si estás interesado en alojarte en él (no era nuestro caso, pero hubiera sido nuestra coartada caso de necesitarla).

A continuación nos dirigimos hacia el otro lado de la carretera que, para sorpresa nuestra, dividía los hoyos del campo de golf, el cual continuaba algunos kilómetros más junto al lago. Algo realmente maravilloso el poder jugar al golf junto en ese entorno. Y así estuvimos haciendo tiempo hasta la hora de embarque hacia la excursión, comiendo algo con esas vistas impresionantes y con un sol que picaba con ganas.

Llegada la hora del embarque, nos presentamos en las taquillas del Puerto, trocamos nuestro voucher por los tickets de embarque y previo pago de las entradas al Parque Nacional Nahuel Huapi (30 pesos/persona) nos dispusimos a comenzar la excursión a la isla Victoria y Bosque de arrayanes, que en nuestro caso empezó por el Bosque de Arrayanes. Un árbol, el arrayán, cuya corteza color canela, llama mucho la atención, residiendo la peculiaridad del lugar en la gran abundancia de ejemplares de este tipo. El lugar es un Parque Nacional en sí mismo, de pequeñas dimensiones. El paseo en barco hasta el lugar lleva una hora y media. Desde el embarcadero arranca un sendero que, a través de 12 km, conduce hasta Villa La Angostura (en nuestro caso esto lo dejamos para mejor ocasión). La visita al Bosque se realiza a través de unas pasarelas de las que uno no se puede desviar y dura aproximadamente 45 minutos. Tras esto embarcamos de nuevo y nos dirigimos hacia la isla Victoria, la cual habíamos dejado a babor en la navegación hacia el bosque de arrayanes. Esta isla no tiene nada reseñable, salvo unas pinturas "rupestres", que no tienen mayor interés cultural, y una playita pequeña muy coqueta, escondida entre los árboles, así como varios ejemplares de sequoas americanas. Aquí el tiempo disponible era de una hora. Tras esto, regreso en barco hasta Puerto Pañuelo y vuelta al hotel. La excursión dura en total unas 4 horas.

Con esto dimos por finalizada la actividad turística del día y nos dispusimos a cenar algo. Acudimos al lugar del día anterior, pues el sitio nos había gustado y para nuestra sorpresa nos encontramos con un cartel que anuncia que se trasladan a otra dirección y han desmantelado todo el restaurante en un día. Decidimos probar suerte en el Boliche de Alberto, en el de parrillas, porque hay otros establecimientos con el mismo nombre, pero de pasta. Pedimos unas empanadas de los cuatro tipos que tienen y estaban de muerte. También algo de carne, cordero, pollo y bife. Las chuletillas de cordero carbonizadas, pero con el hambre que teníamos nos supieron hasta buenas. Yo pedí una botella de 1 litro de cerveza Quilmes, pues por allí es habitual y no tiene el sentido peyorativo de litrona que tiene en España y mi mujer agua. En total, sin postre, creo recordar que pagamos algo menos de cien pesos. Más que razonable.


Día 5 - Traslado de Bariloche a El Calafate

Nuestro vuelo hacia El Calafate salía a las 13:30 horas y pasaron a recogernos a las 12:00, puntuales. La distancia hasta el aeropuerto es de unos 12 km y se hacen en un momento. El vuelo, que venía de Buenos Aires y siempre hace escala en Bariloche camino de Calafate, llegó puntual. Nos sirvieron una especie de comida y según nos aproximábamos a El Calafate el comandante tuvo el gran detalle de ir comentándonos todos los glaciares que sobrevolamos. Unas vistas realmente maravillosas y espectaculares. Aquí tomé ya mis primeras fotos de los glaciares. Fantástico detalle del comandante, que realmente se portó. El vuelo duró una hora y media y aterrizamos sin problemas. Allí nos estaba esperando nuestro transfer para llevarnos hasta El Calafate. El aeropuerto está situado a unos 20 km.

Nuestro hotel era el Parque Hotel Calafate, un cuatro estrellas, esta vez bien merecidas. Hotel céntrico, justo al lado de la calle principal, muy buenas instalaciones, habitación muy amplia, baño amplio. El único reparo que le haría es que el desayuno no está tan acorde con el resto, un poco escaso. Por lo demás, perfecto.

Esa tarde, como ya teníamos contratadas las dos excursiones que haríamos los días siguientes, la dedicamos a dar un paseo por el pueblo y familiarizarnos con el lugar. Comimos un helado en Aquarela, riquísimo, de dulce de leche, y para cenar, decidimos hacer caso de las numerosas recomendaciones de La Tablita, pero cuando llegamos y eso que tan sólo eran las 20:00 horas, no había sitio. Había que reservar para el día siguiente, así que lo hicimos de esa manera. Al final, como andábamos un poco cansados de no hacer nada decidimos comprar una pizza y comerla en el hotel viendo la tele.


Día 6 - El Calafate. Excursión Todo Glaciares

Nuestro transfer nos había dado al llegar una carta de bienvenida del receptivo Chalten Travel, que era quien nos prestaba el servicio de la excursión "Todo Glaciares" y "Minitrekking por el Perito Moreno". Nos convocaban a las 7:00 de la mañana para trasladarnos hasta Puerto Bandera, lugar desde el que parten todas las embarcaciones para hacer la excursión "Todo Glaciares". La noche anterior nos habían pasado en la habitación los tickets para el barco, nos había tocado el número 6.

A las 07.00 de la mañana, desayunados y con unos pequeños bocadillos que nos hicimos en el desayuno con queso, fiambre y algo de fruta, ya estábamos dispuestos, con enorme ilusión, a visitar los glaciares. Nos dieron las 7:15, las 7:30 y con un cabreo monumental entré a la recepción del hotel para que llamaran a la agencia para averiguar qué pasaba con nuestro traslado. Le dijeron que el autobús iba de camino, recogiendo gente en los hoteles. Al final a las 7:50 apareció el hombre, con apenas diez personas en el autobús recolectadas por los hoteles. En fin, que por regla debían de citar a todos los turistas a las 7:00 de la mañana y luego te recogen cuando toca. Recorrimos otros diez minutos en el bus y paramos a esperar a que viniera otro bus a recogernos para llevarnos a todos juntos al puerto. Total, que nos habíamos levantado a las 6 de la mañana, y para cuando llegamos al puerto, eran las 9. Allí, en Puerto Bandera, había un total de 6 barcos, con capacidad para unas 300 personas cada uno. Imaginaos la cantidad de gente esperando para embarcar, siempre previo pago de la tasa de entrada al Parque Nacional de los Glaciares. Esta vez ya decidí adoptar nacionalidad argentina y pagar como tal, lo que supuso una notable diferencia económica, en concreto de pagar 40 pesos/persona a quedarse la cosa en 12 pesos/persona.

La excursión Todo Glaciares consiste en una navegación a través del lago argentino y sus distintos brazos, hasta llegar a los dos glaciares más importantes, el Upsala y el Spegazzini. En nuestro caso, y ya desde hace bastante tiempo, el canal de acceso al Upsala estaba bloqueado por enormes icebergs, así que nos tuvimos que conformar con navegar hacia el Spegazzini, bastante más pequeño que el Upsala. La navegación lleva unas dos horas, se hace un poco pesada, pero como se van viendo icebergs por el camino, pues parece más llevadero. La embarcación nuestra era el ALM, un catamarán, con cubierta interior con cómodas butacas y otra exterior superior sin asientos para que la gente pueda admirar los paisajes. Soplaba un viento del demonio y por momentos no se podía casi ni estar en la cubierta exterior. Frío no hacía mucho, pero el viento hacía que la sensación térmica fuera más baja.

Llegamos al glaciar Spegazzini, el barco se recreó durante unos quince minutos dando tiempo a la gente a tomar fotos por ambos costados y de regreso al Canal de Los Témpanos que da acceso al glaciar Upsala y que estaba bloqueado por enormes icebergs, tomamos más fotos y nos dirigimos hacia la cara norte del Perito Moreno, para compensar el intento fallido de visitar el glaciar Upsala. Tras otra hora de navegación avistamos por fin el Perito Moreno. A todo esto el tiempo ya había cambiado varias veces pasando de un sol radiante, a nubes y cuando llegamos al Perito Moreno, incluso lloviendo algo, lo cual dificultó la maniobra de hacer buenas fotos, pero aún así algo se consiguió e incluso vimos un par de desprendimientos de tamaño medio. Desde allí regresamos a puerto.

En resumen, la excursión, que en condiciones normales debería permitir el descenso de la gente en la Bahía Onelli, y pasear un rato por allí, se había reducido a un paseo en barco durante 9 horas, porque la llegada a puerto fue a las 17:00 horas, sin que la gente pudiera tomar tierra en todo el trayecto. En momentos el espectáculo era medio barco cabeceando de lado a lado al ritmo del balanceo, gente en cubierta admirando el paisaje y otros pasando el tiempo de la mejor manera posible, charlando o jugando a las cartas. A mi juicio, demasiado tiempo metidos en una embarcación. Por lo demás, la mayoría de nosotros nunca más volveremos a ver glaciares, por lo que era una oportunidad que había que aprovechar y por supuesto que recomendaría esta excursión a todo el mundo.

Tras la llegada a puerto, otros 45 minutos de autobús de vuelta a El Calafate y salimos a cenar algo. Esta vez optamos por ir a Rick's, en plena Avda. Libertador (calle principal de la ciudad). Una parrilla que tenía un bufet libre de carne por 45 pesos/persona con cordero patagónico, bife, vacio, morcilla, ensaladas, etc. Nos gustó bastante y el precio, de nuevo, más que razonable.


Día 7 - El Calafate. Excursión Minitrekking por el Glaciar Perito Moreno

Hoy sí parece que el número que montamos ayer en la oficina de Chaltén Travel ha surtido efecto y puntuales aparecen a recogernos los primeros del recorrido. Recolectamos por el camino al resto de gente en unos cuantos hoteles más y nos ponemos rumbo al Parque Nacional de los Glaciares. El glaciar Perito Moreno se encuentra a 85 km más o menos de El Calafate. El trayecto dura poco más de una hora y cuarto. A la entrada del parque nacional hay que pasar de nuevo por taquilla, mejor dicho, la taquilla sube al autobús para ahorrar tan engorroso trámite al ansioso turista. Resumiendo, 40 pesos/persona por entrar al mismo Parque Nacional que el día anterior. Hoy me dio más palo pasar por argentino porque todos éramos españoles y la hábil estrategia de acercar la taquilla al turista me pilló un poco distraído.

Recorremos unos pocos kilómetros más dentro del Parque y llegamos al pequeño puerto desde donde parten las embarcaciones que conducen al punto de partida de las excursiones del minitrekking por el Perito Moreno. La embarcación cruza de un lado al otro del brazo y ahí te esperan los guías que nos acompañarán. Tras unas breves explicaciones sobre el minitrekking y en general sobre la formación glacial, partimos andando hasta el borde del glaciar a través de un camino marcado por el interior de un bosquecillo. En unos diez minutos llegamos y nos ponen los crampones, bueno, ellos los llaman grampones. Sin ellos sería imposible caminar por el hielo. El espectáculo de ver el glaciar tan de cerca y poder pisarlo es una sensación inolvidable. La caminata del minitrekking no es para nada exigente, pues incluso en nuestro grupo había una señora de 68 años, sí como lo escribo. La mujer estaba empeñada en hacerlo y lo hizo. Su hijo estaba más sorprendidos aún que nosotros. Nos agruparon en bloques de once personas, con un guía cada grupo y empezamos a caminar en fila india por unos senderos que más o menos estaban marcados sobre el hielo. Que nadie piense que andar por un glaciar es como andar por la nieve, terreno liso y blando. Todo lo contrario, terrenos escarpados y continuas subidas y bajadas, como pequeñas colinas, con unas vistas de las grietas, pasadizos pozas pequeñas, etc. impresionante. Tras aproximadamente una hora, y casi al final, llegamos a una zona donde tienen una mesa de madera con unas botellas de whiskey y unos alfajores para reponer fuerzas. El hielo para enfriar el whiskey obvio contar de donde lo tomamos. Repuestas las energías continúa la caminata un par de minutos hasta un mirador desde donde se tienen unas espectaculares vistas del glaciar y de allí a quitarnos de nuevo los crampones y vuelta al refugio para tomar nuestras viandas.

Alrededor de las tres de la tarde llega el barco que nos traslada de nuevo al otro lado donde nos espera el autobús para en unos diez minutos acercarnos a las pasarelas para contemplar con más detenimiento el glaciar Perito Moreno, las imágenes que todos tenemos en mente de la gente apoyada en ellas. Desde las pasarelas vemos las imágenes características de glaciar y la gente apoyada contemplando el espectáculo. Aquí la parada dura una hora más o menos. Nosotros apenas vimos desprendimientos grandes. Desde aquí, acaba la visita con el regreso de vuelta a El Calafate.

Este día teníamos reservada mesa en La Tablita, Un sitio amplio con un servicio excelente y una comida muy buena. Nosotros pedimos medio bife de chorizo y cordero patagónico mi mujer y un postre que era mousse de dulce de leche. Muy bueno todo y nos costó unos 150 pesos los dos, sin vino.


Día 8 - Traslado de El Calafate a Ushuaia

Hoy nos toca día de transición, es decir, pérdidas de tiempo entre traslados a aeropuerto, vuelo y nuevo traslado. Nos pasaban a buscar por el hotel a las 14:00 horas así que teníamos toda la mañana para deambular por el pueblo. Para empezar fuimos a dar un paseo por la orilla del lago. Hay un paseo bastante nuevo, hecho en madera, a lo largo de un par de kilómetros. A eso de las 11:00 de la mañana ya estábamos de nuevo en el pueblo sin saber qué hacer ni a dónde ir. Decidimos tomar un sandwich y algo de chocolate para aguantar hasta la llegada a Ushuaia, que por cierto, el chocolate ni parecido al de la chocolatería Mamuscka de Bariloche.

El vuelo de Aerolíneas, puntual y sin problemas, en una hora estábamos pisando el suelo del "fin del mundo". El aeropuerto de Ushuaia está situado sobre una pequeña península, rodeada de agua por tres vientos y las vistas desde el avión realizando la maniobra de aproximación resultan muy bonitas.

Nos estaban esperando puntualmente los de la agencia y nos metieron en un remis para que nos hiciera el transfer hasta el hotel Fueguino. El remisero se llamaba Juan. El hombre supo aprovechar los apenas quince minutos que duró el trayecto entre el aeropuerto y el hotel para vender sus servicios convincentemente y para ilustrarnos sobre diversos aspectos de la ciudad y alrededores. Le pedí el número de teléfono porque no teníamos contratada ninguna excursión en Ushuaia y quizás necesitáramos de él en esos días, cosa que al final acabó sucediendo. En cuanto al hotel Fueguino, cuatro estrellas, céntrico, moderno, habitación amplia, baño amplio, spa, internet, un desayuno con bollería deliciosa. En fin que, para mí el mejor del viaje. Totalmente recomendable.

Esa misma tarde decidimos movernos y bajar al muelle turístico para contratar la excursión del canal de Beagle porque lo queríamos hacer con la empresa Las Tres Marías, la empresa pionera en hacer las excursiones por el canal, tal como reza su publicidad y de la cual ya teníamos amplias referencias por los numerosos foros que habíamos consultado. Llegamos al muelle turístico y allí están todas las casetas de las empresas que hacen las excursiones. Hablamos con la chica de Las Tres Marías. Para el día siguiente sólo había sitio en el turno de la tarde y decidimos contratarlo para ir en el barco Tres Marías a las 15:00 horas del día siguiente. El precio 150 pesos/persona más 6 pesos/persona de tasas de embarque. La otra embarcación de la empresa es el IF, un velero de un palo mucho más moderno y el precio de esta es de 180 pesos/persona más los 6 pesos/persona de embarque. Nos regalaron unas invitaciones para dos consumiciones de cerveza en un pub de la ciudad y otras dos invitaciones para un par de chocolates en un sitio llamado Laguna Negra.

Contratada la primera excursión, nos dirigimos a la búsqueda de otras para el resto de los días. No conseguimos concretar nada porque no nos convencía ninguna. Ya se había hecho tarde, así que era hora de localizar un sitio para cenar. En plena calle San Martín, la más céntrica, Parrilla La Rueda. Un buffet libre de carne en el que me puse a cordero fueguino hasta las orejas. Yo creo que no he comido más cordero en mi vida. Daba un poco de pena ver al empleado de la parrilla metido en su cubículo, con la leña ardiendo y los corderos alrededor y por otra lado la parrilla con el chorizo, morcilla etc y el hombre trabajando a destajo, cortando pedazos de carne sin parar y la gente comiendo a dos carrillos como si hubiéramos sufrido una crisis humanitaria. La escena no dejaba de resultar algo curiosa. El precio del buffet 53 pesos/persona y la bebida aparte. Incluía postre también.


Día 9 - Glaciar Martial y Canal Beagle

Este día madrugamos un poco y ya con la idea preconcebida de llegar hasta el Glaciar Martial, ubicado apenas a 5 km de la ciudad de Ushuaia. Antes pasamos por las casetas turísticas del muelle para consultar a la chica de Las Tres Marías qué ocurriría en el supuesto de que el barco no saliera a navegar por el viento, pues la tarde anterior en alguna agencia nos acojonaron un poco con las previsiones meteorológicas para este día. La chica nos tranquilizó algo pues la excursión de la mañana había zarpado y aún en el peor de los casos dijo que no habría problema en devolver el dinero. Como habríamos de comprobar posteriormente, el tiempo en Ushuaia es totalmente variable.

Tras esto, y en plena calle Maipú, que es la que pasa por delante del muelle, y que es el lugar donde estacionan las furgonetas que te llevan al Parque Nacional, al Glaciar y a otros sitios, preguntamos el precio por subir hasta el Glaciar y nos dijeron que 10 pesos/persona. En el hotel de enfrente nos habían dicho que un taxi costaba unos 18 pesos y optamos por ir en taxi, más rápido y más barato. De camino al Glaciar, en plena ladera aparecen los hoteles más caros de la ciudad, con unas vistas espectaculares. En diez minutos estábamos al pie del cerro que da acceso al Glaciar Martial, de cuya agua se abastece la ciudad de Ushuaia.

La mañana había amanecido muy nublada y cuando llegamos al pie del aerosilla que sube al Glaciar empezó a nevar. Aprovechamos para hablar un poco con un señor que trabajaba en la taquilla del aerosilla y matamos el tiempo hasta que amainó un poco el temporal. El precio del aerosilla 20 pesos/persona. El trayecto dura unos 12 minutos y a medida que subíamos, salía un poco el sol y dejaba de nevar. Toda la mañana estuvo igual, a ratos se cubría y nevaba un poco y al rato despejaba y salía el sol. Para los que quieran ahorrarse el precio del aerosilla, decir que hay un camino de ascenso desde la base del aerosilla hasta su final, donde se inicia el ascenso en sí al Glaciar, por un camino precioso, con un río y hielo a los lados, camino del Glaciar. Nosotros anduvimos una hora de subida, sin llegar hasta el Glaciar propiamente dicho, pues el ascenso en su parte final es bastante exigente y acabamos dándonos la vuelta donde lo hacía casi toda la gente. Nos cruzamos con unos chicos que bajaban en mountain bike desde el Glaciar a una velocidad de vértigo, atravesando la nieve y el hielo.

Con esta caminata y posterior regreso en aerosilla hasta la base, pasamos la mañana. Al pie del aerosilla cogimos un taxi con unos italianos y compartimos el gasto, así que nos salió por 8 pesos. Ya de vuelta en la ciudad, era domingo y entramos en la única cafetería que encontramos abierta para tomar un bocadillo antes de hacer a las 15:00 la excursión del Canal de Beagle. Allí nos coincidió el final del partido de la Davis y la victoria española. A la gente no pareció afectarle mucho, quizás porque todos éramos turistas y había pocos argentinos en el lugar.

De aquí fuimos directamente a la caseta de Las Tres Marías para ver qué pasaba con la excursión. Hasta cinco minutos antes de la salida no estaba clara la cosa. Depende muchísimo de los vientos del canal de Beagle y como estos son tan cambiantes, pues ajustan mucho el pronóstico. Nos confesó Hector, el patrón de Las Tres Marías, que se fían más del pronóstico de la base militar chilena del otro lado del Canal en Puerto Williams, que de la propia prefectura naval Argentina.

Al final el barco zarparía. Cuando llegamos al muelle dispuestos a embarcar y vimos la embarcación a mi me entró un poco de acojone, pues con las dimensiones que tenía, salir a zona de corrientes y viento me daba un poco de respeto. Eramos diez turistas y nuestro guía era Maxi, un chico joven, deportista, de Ushuaia, que disfrutaba con su trabajo. Nuestro capitán era Hector, una persona que tal como nos contó Maxi, era una institución en Ushuaia, una persona reconocida y respetada por todos que se había ganado una reputación. Tenía en el barco un ejemplar del libro que había publicado con fotografías hechas todas por él, submarinas, a lo largo de más de 30 años y ahora se recogían en un libro sobre la fauna marina de la zona. Algo espectacular. La excursión se inició saliendo de lo que es la bahía de Ushuaia y tiene como primer destino la isla de los pájaros en la que pudimos contemplar a corta distancia cormoranes y lobos marinos. De ahí, hacia la isla H, en la que la empresa Las Tres Marías es la única que tiene permitido el atraque y descenso. Estuvimos andando durante una hora por la isla en compañía de nuestro guía Maxi, quien nos ofreció continuas explicaciones sobre lo que allí existía, animales, flora, etc. Vimos numerosas especies animales, restos de antiguas concheras de los indios yámanas sobre los que ya nos había ilustrado Maxi algo en el barco con fotos y textos. Se notaba que le apasionaba algo más el aspecto de flora y fauna que el antropológico, pues había tenido contacto con biólogos e incluso había hecho una tentativa de estudiar veterinaria. Aunque sólo sea por este paseo la excursión ya merece de sobra la pena. La última zona que visitamos de la isla fue una zona de anidación de cormoranes que tenían construídos sus nidos centenarios en los salientes de las rocas, siempre protegidos del viento. En la isla H soplaba un viento del demonio lo que hacía que la sensación térmica fuera bajísima. De vuelta al barco, Hector había preparado café y té para todo el mundo y unos alfajores para reponer energías. Obviar decir que alfajores no quedó ni uno.

El tiempo acompañó y aprovechando un momento de calma emprendimos el viaje de regreso a tierra con un mar muy tranquilo. La tarde anterior, Maxi nos confesó que había unas olas enormes y que a una chica francesa la entró el pánico y se la tuvo que llevar dentro para intentar calmarla y que no asustara al resto del personal. Con esto no quiero desincentivar a nadie pues la excursión es fantástica y la experiencia de desembarcar en la isla H una pasada, y por supuesto los sabios comentarios de Hector y la compañía de Maxi, con sus ganas de agradar y hacer bien su trabajo, verdaderamente admirables.

En el barco coincidimos con otras dos chicas de Cantabria y con una pareja de Barcelona. Estuvimos el resto de la tarde en el pub Dublín tomando unas cervecitas y en el Viejo Almacén, en la Avda. Maipú, un local grande, acogedor, con una decoración muy peculiar donde tomamos unas jarritas de cerveza. A eso de las 22:00 decidimos ir a cenar a un sitio recomendado por Hector, el patrón de Las Tres Marías, donde nos harían un descuento del 10%. El sitio se llamaba La Casa del Marisco, en plena calle San Martín y casi todos pedimos cazuelas de centolla, con distintas salsas y complementos, pero centolla. De media el cuenco de centolla costaba unos 72 pesos.

Pasamos una velada genial compartiendo experiencias de lo que cada uno llevaba recorrido hasta el momento y nos dieron las 1 de la madrugada. Literalmente cerramos el restaurante. Para el día siguiente acordamos con la pareja catalana, S. y E., hacer alguna excursión juntos pues estábamos los cuatro en idéntica situación, sin reserva alguna y al ser domingo no habíamos podido contratar nada. Las chicas de Cantabria, por desgracia, partían al día siguiente para Buenos Aires y no podíamos contar con ellas para acompañarnos. De esta forma acordamos encontrarnos al día siguiente a las 8:15 de la mañana para buscar algo de última hora.


Día 10 - Ushuaia. Parque Nacional Tierra del Fuego

Para este día y ahora en compañía de nuestros nuevos amigos catalanes habíamos quedado prontito por la mañana para ver qué podíamos encontrar para visitar este mismo día. Se nos ocurrió recurrir al remisero que nos había dado su teléfono en el transfer del aeropuerto al hotel. Se llamaba Juan Cabral y decidimos llamarle. Eran las 8:30 de la mañana y le planteé la posibilidad de hacer la excursión del Parque Nacional Tierra de Fuego con él los cuatro. Acordamos el precio de 250 pesos por los cuatro y en principio serían unas 5 o 6 horas, que al final resultarían algunas más.

Quedamos en que nos pasara a buscar sobre las 10:30 a la puerta del Banco de la Nación porque teníamos que cambiar algo de dinero. Una cosa curiosa sobre los bancos, por lo menos en Ushuaia, es que los bancos no abren hasta las 10 de la mañana y cierran a las 15:00. A las 9 de la mañana ya se forman unas colas tremendas con más de 50 personas esperando a la puerta del banco. El cambio nos sigue siendo desfavorable y ahora nos cambian a 4,09 pesos/euro.

A las 10:25 aparece puntualmente Juan con su coche y nos montamos los cuatro camino del Parque Nacional. Antes de abandonar la ciudad visitamos dos barrios a los que los turistas no suelen llegar por una cuestión de tiempo y de distancia ubicados camino del aeropuerto. Tienen unas vistas alucinantes de la ciudad y de la bahía de Ushuaia y hay unas casitas de madera realmente preciosas. De ahí, y después de una hora, arrancamos para el Parque Nacional. No está a más de 12 km del centro de Ushuaia así que el trayecto se hace en poco tiempo. La entrada al Parque, 30 pesos por persona.

Empezamos el recorrido por Bahía Ensenada, desde la que se divisan la isla Redonda y la isla Estorbo, en pleno canal Beagle. Desde aquí anduvimos un paseo de ida y vuelta de una hora más o menos, regresando al punto de partida. Desde aquí nos condujo hasta la laguna verde, la laguna negra, el turbal, la bahía lapataia, etc. En todos los casos Juan nos indicaba donde podíamos comenzar la ruta y donde nos recogería él una vez la hubiéramos terminado.

En casi todos los casos los senderos no tenían más de 1 km de longitud, con lo que se recorrían en poco tiempo. Por supuesto que hay rutas más largas, pero preferimos ver las partes más importantes, pues sólo disponíamos de ese día para conocer todo el Parque.

Hacia las 4 de la tarde hicimos un receso en un claro del parque para tomar unas viandas que habíamos llevado, justo al lado del camino que entraba hacia la laguna negra. A la vuelta del paseo, que apenas dura quince minutos, vemos a Juan que está hablando con alguien, pero no vemos con quién. Cuando nos acercamos más nos le encontramos hablando con un pájaro carpintero, un ejemplar hembra precioso, de un tamaño medio. Juan nos dice que lleva diez minutos hablando con ella para que no se vaya. Aprovechamos para hacerle unas cuantas fotos y eso que estos pájaros tienen la costumbre de no dejarse fotografiar y se giran para que no les pueda sacar la foto picando el árbol, pero con un poco de paciencia lo conseguí.

Dentro del Parque Nacional abundan los conejos y los cauquenes, tanto comunes como reales, sobre todo los primeros. El último lugar en visitar fue la cascada de Pipo, que en realidad no es tal, pero donde normalmente la gente no suele llegar. Se trata de un curso de agua resguardado y salpicado por grandes rocas en su camino.

Después de recorrer todos los lugares destacados del Parque, y siendo ya casi las 6 de la tarde, volvimos hacia la ciudad. A la salida del Parque paramos en la estación donde se coge el famoso tren del fin del mundo. Es una turistada y otra vez sabiamente aconsejados por Juan habíamos optado por prescindir de él por una cuestión económica y por otra práctica, pues apenas recorre 1 km dentro del propio Parque Nacional y su precio es muy elevado.

Camino de vuelta, decidimos entre los cuatro darle una propina de 50 pesos por toda la jornada que habíamos pasado con él, sus constantes comentarios, anécdotas con otros turistas, chistes y comentarios varios que hicieron que la jornada fuera de lo más entretenida. A la hora de despedirnos, acordamos con Juan que nos pasara a buscar al día siguiente a las 8:30 de la mañana por el hotel, esta vez sólo a mi mujer y a mí, pues nuestros amigos catalanes cogían su vuelo a las 14:00 horas y no tenían tiempo de hacer la excursión. Para el día siguiente y de nuevo a propuesta de Juan, decidimos ir con él a los lagos Escondido y Fagnano y muchos sitios por el camino donde paramos, incluida la aventura de la castorera, pero esto ya es para mañana.

Esa noche pasamos una velada divertida cenando con nuestros nuevos amigos S. y E., compartiendo más experiencias vividas en los días que los cuatro llevábamos por Argentina. Otra vez se nos hizo tarde y al final nos despedimos de ellos con la pena de no poder hacer juntos al día siguiente la excursión de los lagos, que como más adelante relataré, resultó fantástica.


Día 11 - Ushuaia. Excursión lagos Escondido y Fagnano y traslado a Buenos Aires

Hoy nos tocaba otra jornada agotadora. A las 8 de la mañana pregunté en la recepción del hotel si había algún mensaje indicando la hora a la que pasarían a buscarnos para llevarnos al aeropuerto. Ni rastro. Así las cosas, a las 8:30 Juan, de nuevo puntual, estaba en la puerta del hotel esperándonos para iniciar la excursión.

Esta vez el día amaneció un poco oscuro, pero nubes altas que no molestaron en absoluto. Comenzamos la ruta por otros barrios de la ciudad, esta vez en la parte este y así llegamos a zonas por donde está creciendo la ciudad de forma descontrolada, con talas masivas de árboles por particulares para hacerse un hueco donde plantar su casa. Presenciamos auténticas aberraciones urbanísticas, calles sin urbanizar, sin asfaltar, y algunas sin suministros esenciales, pero que nadie piense que pertenecían a gente humilde o necesitada, de eso nada. Como nos dijo Juan, todas pertenecían a gente que o bien las construía como segunda residencia o con afán especulativo o bien porque les apetecía vivir un poco alejados del centro y con más espacio. Nos habló Juan de los terrenos fiscales, es decir, terrenos de los que la gente se ha ido apropiando, ante la pasividad de la administración, los han vallado primero, y poco a poco, han ido construyendo dentro sus casas. La situación ha llegado a tal extremo que la municipalidad, es decir, el Ayuntamiento, ha tenido que instalar garitas de vigilancia en los caminos para que la gente no transite por ellos acarreando materiales para construirse casas ilegalmente. Una situación tremenda.

En fin, continuamos camino de los lagos, el más cercano es el Escondido y un poco más lejos el Fagnano (85 km desde Ushuaia). El primero pequeño, el segundo mucho más grande. Lo primero que hicimos fue parar para hacer una foto en un mirador camino del lago Escondido desde donde se tenía una vista impresionante de una turbera o turbal enorme y de la cordillera de los Andes que circunda Ushuaia.

Desde aquí, unos kilómetros más adelante paramos en un restaurante de carretera enorme donde Juan conocía a todo el mundo y nos explicaron como hacían los corderos al fuego, poco a poco. Nos contó el hombre que en temporada alta habían llegado a tener hasta 1.500 personas a comer al día, cuando arriba algún crucero grande a Ushuaia. En ese mismo sitio hay un criadero de perros Huskies siberianos. Como también conocían al archifamoso Juan, pues estuvimos hablando con el chico que estaba al cargo del lugar. Tenía una cabaña de madera adornada con fotos de todas las carreras en las que habían participado, entre ellas la Pirena en la que habían corrido varias veces, tanto él como su padre y estuvimos viendo algunos de los más de 100 perros que tenían allí. También pudimos coger en brazos algún cachorrillo de apenas unos días. Una experiencia preciosa. En invierno ese lugar se convierte en una inmensa placa de hielo y la gente anda en trineos tirados por perros y hacen patinaje y otras actividades relacionadas con los perros y el hielo. Muy interesante.

Tras esto, uno de los empleados del restaurante le hace un comentario a Juan que allí cerca hay unas castorera, que había estado el día anterior rompiendo el dique porque los castores estaban secando el curso del río. Aquí comenzó nuestro especial conocimiento de los castores, unos animales que despiertan una simpatía en cualquiera pero que, desgraciadamente, causan un daño al ecosistema difícil de cuantificar y de reparar. Su trabajo, básicamente, consiste en cortar con sus dientes troncos de árboles y ramas de todos los tamaños y arrastrarlos hasta formar diques que cortan el curso de los ríos. A ello añaden barro para formar una argamasa que hace más estables los diques. Hasta que uno no presencia de cerca su trabajo no se puede hacer una idea de lo que pueden llegar a realizar. Nos dirigimos hacia el lugar, río arriba y tras descender por una parte de bosque bastante cerrada durante unos trescientos metros, entre maleza, llegamos al curso del río y vimos la castorera. Había marcas de árboles a medio cortar recientes por todas partes, que impresionaban. Parece mentira que un animal tan pequeño pueda llegar a cortar tales troncos, cortar ramas, arrastrarlas, pelar las cortezas y formar esos diques. Y todo ello en muy poco tiempo y con tan sólo una pareja de ellos, pues tal como supimos, normalmente es una pareja la que se establece en una zona del río y forma una familia. Las crías a los dos años emigran a otra zona, iniciando así otra vez el ciclo. La situación que se genera con la labor de estos animales es que inundan grandes zonas provocando la muerte de toda la vegetación que se encuentra en ellas. El tamaño de algunas castoreras ya en desuso es el semejante a varios campos de fútbol. Esta especie animal, junto con la rata almizclera, fue introducida para ser explotada en la industrial peletera, pero no pareció resultar rentable y ahora en Argentina supone una verdadera amenaza para el ecosistema, al no tener depredador natural. En fin, que allí nos metimos Juan y yo, recorrimos la castorera de un extremo a otro, saltando de tronco en tronco caídos todos en el agua. A punto estuvimos un par de veces de acabar en el río. Ya que estabamos allí, hicimos algo por el ecosistema y retrasamos un poco la labor de los castores rompiendo una parte de la presa que habían realizado. Por desgracia, seguro que en unas pocas horas estaría bloqueado otra vez el curso del río. Desafortunadamente no pudimos ver ni rastro de los castores, pues la hora en la que suelen salir a trabajar es a partir de media tarde y son tan precavidos que siempre sale en primer lugar un vigía que ante la más mínima señal de peligro, alerta a los demás para que no abandonen la castorera.

Dejamos atrás la aventura de la castorera y continuamos camino del lago Escondido. Nuestra siguiente parada fue el alto de Garibaldi, un pequeño puerto de montaña desde el cual se tiene acceso a la antigua ruta de ripio que permitía el acceso a la ciudad de Ushuaia y que ahora está en completo desuso, tan sólo transitada por algunos 4x4 que realizan la excursión de los lagos. Juan nos dejó en la parte alta y acordó recogernos en la parte baja, junto a un refugio que hay situado justo al lado del lago Escondido y que ahora carece de licencia de actividad para su funcionamiento. Nosotros recorrimos a pie el tramo de la antigua ruta que nos llevó más o menos 45 minutos hasta llegar al refugio. El paraje en el que se encuentra el refugio, al mismo pie del lago Escondido, es una maravilla. Una pena que las excursiones de turistas nunca paren allí, pues el lugar es fantástico. Como no, Juan también conocía al casero del lugar, que vivía allí permanentemente para evitar asaltos y al cual había traído un par de cartones de leche. Desafortunadamente en ese momento estaban por allí los dueños y no pudimos conversar con el hombre.

Desde aquí ya partimos en dirección a Tolhuin, nuestro destino final, parando antes en un mirador situado en el extremo del lago Fagnano. El pueblo es relativamente pequeño y dista unos 100 km de Ushuaia. Es un pueblo con un urbanismo de nuevo totalmente atípico, pues aquí también los desmanes son evidentes. Se ven bastantes viviendas de madera y también algunas construidas en madera y apoyadas sobre troncos de madera que, según nos explicó Juan, son móviles, pues sus propietarios, si consiguen un terreno en lugar distinto, sencillamente, las arrastran hasta el nuevo emplazamiento, así de sencillo y práctico.

En Tolhuin hay una famosa panadería, La Unión, en la que suelen parar los autobuses de línea regular. Es famosa por sus exquisiteces. Llegamos allí ya sobre las 16:00 horas, con un poco de retraso. Aprovechamos para comer unas empanadas, que tenían de muchos tipos, unas palmeritas y no se cuántas cosas más. Como no, también conocían a Juan y nos estuvieron explicando cómo se elaboraban los productos, nos pusimos a palmeras y a dulces a reventar. También tenían en el lugar una sala acondicionada para mantener especies animales tropicales. Tenían un par de tucanes, un papagayo, una iguana y algún otro bicho. Hace algún tiempo nos contó Juan que tuvieron dos castores. De esta forma tuvimos la oportunidad de ver un tucán en la realidad porque en Iguazú no habíamos visto ninguno. Entramos en el recinto y estuvimos dándoles de comer trozos de tomate. Un rato divertido, con los consiguientes riesgos de dar de comer a animales, como por ejemplo que te caiga encima algún excremento, como nos pasó.

Tras atiborrarnos a dulces y pasar un rato con los animales, abandonamos el pueblo de vuelta ya para Ushuaia, tomando un camino de ripio que bordeaba el extremo del lago Fagnano. Paramos un ratito a hacer unas fotos, tocar el agua dulce y probarlo. A estas alturas eran ya casi las 5 de la tarde, andábamos a 100 km de Ushuaia y nuestro avión hacia Buenos Aires salía a las 20:00 horas y no sabíamos nada de los que tenían que pasar a buscarnos por el hotel para llevarnos al aeropuerto. Así las cosas, enfilamos camino de Ushuaia a un ritmo más rápido y sin detenernos en ningún momento hasta la ciudad. Llegamos casi a las 18:15. Paramos en el hotel, la recepcionista nos dice que los de la agencia nos andaban buscando. Les llamó y pasaron a buscarnos en diez minutos, así que para las 19:00 estábamos en el aeropuerto. Facturamos y vuelo sin retrasos hacia Buenos Aires.

El vuelo desde Ushuaia hasta Buenos Aires dura tres horas, a lo que hay que sumar la hora de diferencia que existe en Argentina entre las provincias del este y las del oeste, porque la hora de llegada real fueron las 00:15 de la madrugada. Allí estaba puntual, como siempre, Bruno, esperándonos para llevarnos hasta nuestro hotel en Buenos Aires, el NH Florida, un cuatro estrellas, céntricamente situado, sin moqueta en las habitaciones (detalle muy importante). Hicimos el check-in y nos asignaron la habitación 113. No suelo ser para nada supersticioso pero esta vez creo que algo de gafe nos trajo el número de la habitación, pues como iré relatando posteriormente, nos tocaron unos vecinos en la habitación de encima que se pasaron dos noches moviendo muebles, sillas, de un lado a otro de la habitación y metiendo ruido hasta las 2 de la madrugada, nos quedamos encerrados en el ascensor otra vez y ya para rematar cuando el último día vamos a hacer el check-out nos encontramos con la sorpresa que nos hacen pagar 32 pesos argentinos por llamar desde la habitación con nuestra tarjeta telefónica para llamadas internacionales, que era totalmente gratuita su uso y que en ningún hotel de Argentina nos habían cobrado nada por llamar desde la habitación. La explicación que nos dieron es que el cargo era de 2 pesos cada vez que se descolgaba el teléfono, en concepto de un no muy bien entendido uso de línea, así que aviso a navegantes. Sin duda, no sé si sería el número de la habitación, pero desde luego, si tuviera que repetir estancia en Buenos Aires, jamás volvería a este hotel. Por el precio seguro que hay cosas mejores. Parece mentira que una cadena española haga esto a sus clientes. Perdonad mi amarga queja, pero tenía que hacerla.

Esa misma noche preguntamos en recepción si había algún mensaje para nosotros, pues teníamos contratado el city tour y no sabíamos qué día de los que estabamos en Buenos Aires nos lo harían. No había ningún mensaje, así que pensamos que nos dejarían dormir un poco la mañana siguiente, al haber llegado el avión tarde esa noche, cosa que no sucedió, pero esto lo dejo para mañana.


Día 12 - Buenos Aires. City Tour

Amanece nuestro primer día en Buenos Aires de forma un tanto brusca. Nos despierta el teléfono de la habitación. Nos llaman de recepción que nos están esperando los de la agencia para hacer el City tour. Son las 9:45 de la mañana. Hacía mucho tiempo que no dormía tanto. Seguro que el cansancio ya acumulado tuvo algo de culpa. Les decimos que no nos esperen porque no teníamos tiempo de ducharnos y desayunar y que lo intentaremos hacer por la tarde.

Acto seguido llamo a Pablo, de BArgentina y me dice que en el voucher aparecían las fechas y horarios de cada excursión. Mea culpa, reconozco nuestro error, pues era correcto y le pido si puede hacer algo para conseguirnos unos huecos en el horario de tarde. Quedamos en eso y diligentemente nos soluciona el problema. Pasarán a buscarnos sobre las 14:45 por el hotel para hacer el City Tour. Sobre lo del city tour, a primera vista no soy muy partidario de estas cosas, pero en esta ocasión, reconozco que nos sirvió de bastante por los motivos que más adelante explicaré.

Solucionado el tema, bajamos a desayunar ya casi fuera de hora y salimos a tomar contacto con la megaurbe de Buenos Aires. Decidimos aprovechar las escasas tres horas que teníamos para comprar entradas de teatro para esos días. Disponíamos de cuatro días en Buenos Aires, pero una noche ya teníamos contratada la cena-show tango, otra experiencia de la que según relataré, tampoco nos arrepentimos.

Nuestro hotel estaba muy cerca de la Av. Corrientes, que es donde se encuentran los principales teatros de BsAs. Desde aproximadamente el número 700 en adelante te encuentras con teatros, uno o dos por cuadra. Compramos entradas para esa misma noche, obra Baraka, muy divertida y recomendable. El precio de las entradas varían generalmente entre los 50-60-70 y 80 pesos/persona. Estas creo recordar fueron de 70 pesos/persona. Sobre los teatros en BsAs, por lo general, son locales grandes y bastante antiguos, con butacas un tanto pequeñas y a veces no muy cómodas por el espacio entre filas, lo cual se compensa con creces con la alta calidad de los espectáculos que se representan.

Compramos también entradas para otras dos obras, una de ellas Conversaciones después de un entierro, y la tercera obra Gorda, para días distintos y los precios esta vez también estuvieron entre los 70 pesos/persona unas y 80 pesos/persona otras. El último día tuvimos que acudir a la taquilla para devolver las entradas de Gorda, porque habíamos cometido un error de cálculo con los días de estancia en BsAs y la noche para la que habíamos comprado entradas ya estaríamos en Punta del Este. En fin, errores razonables cuando uno lleva unos cuantos días fuera de casa y ya no sabe en qué día vive.

Con nuestras entradas compradas ya y vistas algunas de las innumerables tiendas de libros que encontramos en la Av. Corrientes, volvimos al hotel. Hago un inciso para un comentario sobre la cultura en Argentina. Por lo general, es admirable la cantidad de gente que acude a las representaciones teatrales, la cantidad de literatura clásica de calidad que está al alcance de todos los bolsillos y la cultura que atesora una gran parte de la población argentina. Realmente admirable. Qué pena que en España se vea tanta televisión y se lea tan poco. Algo deberíamos aprender de ellos.

A las 15:00 horas pasan los de la agencia Travel Line a buscarnos por el hotel para hacer el city tour. Comienza en la Av. del Libertador, donde vemos el parque Thays, con la escultura de Pedro Botero, la Facultad de Derecho (por cierto, gratuita), el Museo de Bellas Artes, que visitaríamos por nuestra cuenta al día siguiente; Seguimos camino de Palermo Embajadas, donde se encuentran los edificios para mí más bonitos de la ciudad, todos sede de las embajada de países en Argentina. España no se queda atrás y la embajada tiene su sede en un edificio enorme y precioso.

De ahí nos dirigimos al barrio de La Recoleta, pasamos cerca del cementerio, Iglesia de Nuestra Sra. Del Pilar, y seguimos por la Av. Alvear (zona de auténtico lujo), con el hotel Alvear Palace a media calle y numerosas tiendas de las mejores marcas a las que por supuesto no voy a hacer publicidad gratuita. De ahí se llega a la Avenida 9 de julio, principal avenida de BsAs, camino de la Casa Rosada donde hacemos la primera parada para tomar unas fotos.

Desde allí continuamos hacia el barrio de San Telmo, pasando de largo algunos locales famosos de tango, como el Viejo Almacén, continuando por Puerto Madero hacia el barrio de la Boca, donde se hace la segunda parada del recorrido, justo delante del estadio del Boca, la archiconocida "Bombonera". Allí ya tienen preparado todo para que la gente realice una "visita express", es decir, que pasas por caja, abonas creo recordar 25 pesos/persona, si no me falla la memoria, y puedes hacer una visita ultra rápida, de poco más de diez minutos al estadio, hacer las fotos de rigor y salir por la tienda de recuerdos del club. El negocio es redondo porque además de pagar la entrada a alguno incluso le da tiempo a comprar algún regalito. No fue nuestro caso pues bastante tuvimos con esperar turno a la gente que esperaba para hacerse la foto con la estatua del "Diego", que está allí mismo.

Desde ahí el autobús nos dirige hacia la zona de Caminito, quizás la calle más famosa de BsAs, todavía dentro del barrio de La Boca y conocida por los vivos colores de las viviendas, conocidas con el nombre de conventillos. Hoy en día, una parte de ella está sólo ocupada por chiringuitos varios que sólo pretender captar la atención y el dinero del turista, con lo que se ha desvirtuado un poco el espíritu de evocación de tiempos pasados, pero es lo que hay, la plata manda en todos los sitios, aquí y en cualquier destino turístico. El recorrido de la calle apenas lleva quince minutos, en sus dos vertientes, salvo que te de por curiosear entre las tiendas de recuerdos o que te interese tomar una gaseosa sentado en alguna de las numerosas terrazas que hay dispuestas a lo largo de aquella y que casi impiden el paso de la gente. No obstante, es algo que hay que ver por lo que representó en su momento como forma de vida y que es parada obligatoria. Fuera de Caminito y del estadio de Boca, creo que no hay nada más destacable en este barrio, circunstancia por la que justifico el haber hecho el City Tour, pues de otra manera habríamos tenido que venir en taxi por nuestra cuenta para hacer exactamente lo mismo. Además de eso, el city tour te permite formarte una idea más aproximada de lo que merece la pena visitar y lo que no, y poder elegir cuando se tiene poco tiempo, entre ver unas zonas y no ver otras.

Eran ya las casi las 19:00 horas cuando nos apeamos en Puerto Madero para andar un poco más por nuestra cuenta antes de volver al hotel, arreglarnos sólo un poco y dirigirnos al teatro. La obra era Baraka en el teatro Metropolitan y empezaba a las 21:00 horas. Cenamos por el camino un tostado de jamón y queso con pan árabe en una cafetería de Corrientes, cerca del Teatro y a las 20:35 ya estamos a la puerta. Por lo general la gente suele acudir unos veinte minutos antes del inicio de la obra, pese a que no permiten la entrada en la sala hasta casi la hora fijada, en este caso las 21:00. La obra es una comedia muy divertida. No me extiendo sobre el contenido porque seguro que se encuentra en cualquier página de la red. La obra acaba sobre las 23:00 y nos dirigimos andando hacia el hotel. El trayecto nos lleva unos 20 minutos. En la calle no se nota sensación de inseguridad. También es cierto que estábamos en pleno centro de la ciudad. Se ve gente por la calle, como en cualquier ciudad española.


Día 13 - Buenos Aires. Excursión a Tigre

Hoy nos pasarán a buscar por el hotel a las 9:45 para hacer la excursión del Tigre. Aparecen los de Travel Line puntuales a recogernos. Somos unas 30 personas para hacer la excursión del Tigre y delta. Nos dirigimos en autobús hacia la población de San Isidro, pasando de camino por la residencia "Los Olivos", en la que tradicionalmente habitan los Presidentes de la República de Argentina y desde la que cada mañana, la Sra. Fdez. de Kirchner se dirige en helicóptero, por lo de que los atascos urbanos son para los pobres, a su despacho en la Casa Rosada.

El pueblo de San Isidro, situado en la provincia de Buenos Aires, pero cerca de la capital, no tiene nada destacable, salvo un parque bonito. Desde ahí cogemos un tren, bautizado como el "Tren de la Costa", y que tras cinco paradas llega a la de Tigre, desde donde nos dirigimos a embarcar en un catamarán para un paseo de 45 minutos por el delta del Tigre. El paisaje a las orillas del delta es magnífico, con cientos de casas, mansiones algunas, todas con embarcaderos particulares, alguna playita, gente remando en kayaks. Un paseo que nos supo a poco porque no se recorre más de una milla naútica de ida y con las mismas vuelta por el mismo camino. Y con esto, colorín colorado, la excursión se ha acabado. De nuevo al autobús y al hotel. Mi opinión, el sitio merece la pena, pero desde luego, para hacerlo por tu cuenta, con un remisero o con el tren y pasando todo el día en el delta.

De vuelta en la capital, nos apeamos en el barrio de Recoleta para comenzar nuestra andadura por la ciudad. Entramos en la Iglesia de Nuestra Sra. del Pilar, muy cuidada por fuera y por dentro. Justo al lado está el cementerio de La Recoleta, un lugar precioso, no excesivamente grande, pero con unas tumbas y mausoleos muy hermosos. Visita obligada es el mausoleo de la familia Duarte donde llama la atención la cantidad de placas dedicadas a Eva Perón. Es útil el mapa que proporcionan a la entrada por un módico precio de 10 pesos, creo recordar, que ayuda bastante una vez dentro, para no perder mucho tiempo. Que nadie piense que se va a encontrar algo como Père Lachaise en París, nada que ver, ni en superficie, ni entorno. Para mi gusto, mucho más bonito y con verdadera sensación de cementerio el parisino, pero desde luego, el de Recoleta es también muy admirable.

De ahí continuamos por la Avenida Alvear, hicimos fotos de los edificios de algunas embajadas, del hotel Alvear Palace y acabamos en la Av. 9 de julio, camino de la estación de Buquebús, situada en Puerto Madero, pues era nuestra intención hacer al día siguiente una excursión a Colonia del Sacramento, ciudad situada en Uruguay, a la que se puede llegar en barco desde Buenos Aires, y cuyo casco histórico fue declarado Patrimonio de la Humanidad.

Una vez en la estación de Buquebús, que curiosamente nos pillaba a diez minutos del hotel andando, preguntamos precios y horarios. Los horarios de buquebus express o rápido, que tarda 1 hora entre BsAs y Colonia, eran 8:45 y 11:30 de ida y 17:30 y 20:30 de vuelta. Para el de las 8:45 ya no había plazas y nos dijeron que habían puesto otro barco más a las 10:15. Perfecto. El precio 200 pesos argentinos/persona (al cambio unos 50 euros). Lo pagamos con Visa y ya teníamos cerrada nuestra excursión para el día siguiente. Nos advierten que debemos estar en la estación una hora antes pues hay que hacer todos los trámites de migración. También existe la opción de hacer el mismo trayecto en otro buquebus más lento, tarda 3 horas ida y otras tantas de vuelta. No quiero imaginarme lo que pueden ser 3 horas de ida y 3 de vuelta en el mismo día. Desde luego, creo que acertamos pagando un poco más pero invirtiendo sólo dos horitas de barco.

Con el asunto solucionado y aprovechando que la estación de buquebús está en la misma zona de puerto madero, pues nos quedamos a cenar por allí. Miramos algunos sitios y al final entramos en una parrilla que no me acuerdo como se llamaba. Yo, harto un poco de tanta carnaza, pedí una parrillada de verduras que casi no puedo acabar, mi mujer una brocheta de salmón y una ensalada de queso rochefort y arroz para dos que no pudimos acabar. De postre una especie de tarta de chocolate. En total unos 150 pesos los dos. Entre los restaurantes de la zona, se encuentra Las Lilas o algo así que dicen es el mejor de Puerto Madero. No se si será verdad, pero a juzgar por los precios, ya puede serlo. Prácticamente no había ningún plato principal, es decir, carne o pescado que bajara de los 95 pesos. Las cosas, como nos dijo mucha gente, ya no eran como hace dos o tres años, me refiero a los precios en Puerto Madero.

El regreso al hotel, con el cansancio acumulado del día y pese a estar a no más de veinte minutos a pie del hotel, decidimos coger (y dale con la palabra maldita) un taxi y colaborar un poco más para mejorar la economía argentina.


Día 14 - Buenos Aires. Excursión a Colonia del Sacramento (Uruguay)

Hoy no madrugamos mucho porque pese a tener que estar en las dependencias de Buquebús a las 9:15, lo tenemos a diez minutos andando del hotel. Llegamos a la terminal de buquebús a la hora prevista, hacemos el check-in como en un aeropuerto cualquiera, rellenamos formularios de migración, control de pasaportes, sellos en los pasaportes, detectores de metales y a esperar en la sala de preembarque, vamos que igualito, igualito que un aeropuerto.

Diez minutos antes de la hora de partida, abren los accesos al barco. Se ingresa (uy, ya me salen expresiones argentinas) por un finger como los de los aeropuertos. El barco es una mole, en la que también trasladan coches en la bodega. Hay un par de cubiertas interiores. Los asientos son muy cómodos y con grandes ventanales a ambos lados para ver el mar de la Plata durante el trayecto. Salimos con un retraso de quince minutos y alrededor de las 11:45 arribamos al puerto de Colonia. Ya desde el barco se aprecia algo la belleza del casco histórico de la ciudad.

Bajamos a tierra y a la salida de la estación hay unos chiringuitos para alquilar carritos de golf, coches, buggies y todo tipo de artefacto útil para recorrer la ciudad. También hay un puesto de información y turismo que resultó el más demandado de todos. Pedimos algo de información, básicamente sobre el casco histórico que es lo que realmente merece la pena visitar. Nos atienden cordialmente y nos dirigimos hacia allí. El centro histórico está a tres cuadras de la terminal de buquebús, un paseo de diez minutos. En la propia caseta de información nos señalaron la posibilidad de comprar una entrada que cuesta 50 pesos uruguayos (el cambio anda por los 29 ó 30 pesos uruguayos/euro) que permite el acceso a 7 museos diferentes dentro de la zona histórica de Colonia. Lo museos no son gran cosa, pero bien es cierto que el precio de la entrada conjunta es muy bajo, así que merece la pena utilizarlo.

Lo primero que llama la atención a la llegada a Colonia es que cambia radicalmente el paisaje con respecto a Buenos Aires, no sólo porque es una ciudad pequeña, sino por la abundante vegetación que hay por todas partes y los vehículos históricos que se ven por las calles. La estructura de la ciudad, en perfecta cuadrícula, no el casco histórico, sino el resto de la ciudad. Llegamos al casco histórico y entramos por la antigua puerta de la época colonial portuguesa y española, avanzando por la calle de los suspiros, plaza mayor, restos de la iglesia junto al faro. No me extenderé en cuanto a los sitios históricos, pues de nuevo, toda la información aparece más completa y exacta en la red, por lo que prefiero no meter la pata con nombres o fechas. Lo que sí puedo comentar es nuestra visión particular y por supuesto que el sitio nos encantó.

La mañana había avanzado a buen ritmo así que decidimos buscar un sitio para comer y optamos por comer una especie de menú en un restaurante situado en plena plaza mayor de la parte histórica. No recuerdo el nombre del sitio, pero al pedir una par de zumos de naranja naturales, y después de recalcar bien claro que los queríamos naturales, tal como expresaba la carta, nos los trajeron con el vaso lleno de burbujas. Tuve que decirles que se los llevaran y nos trajeron otros dos, esta vez, más parecidos a algo natural. Al final, cortésmente nos dice el camarero que nos han invitado a los zumos, cosa que al comprobar el detalle de la cuenta, veo que nos han cobrado dos menús, cuando sólo habíamos tomado uno y otro plato de valor inferior al menú. Vamos, que en conjunto salíamos ganando, pero sólo como si nos hubieran invitado a uno de ellos. No me molesté ni en protestar. No merece la pena amargarse por una tontería así, pero molesta un poco que te tomen el pelo de esa manera. Es el precio que hay que pagar por el hecho de adoptar el rol de turista.

Un poco más adelante, todavía en la zona del casco histórico, pero hacia la zona norte, cerca del Museo Histórico Español, el cual está cerrado por reformas, encontramos un lindo restaurante, muy bien decorado, con mucha mejor pinta que los anteriores, vacío, seguro que sólo debido a su peor ubicación. Entramos allí y tomamos un café tranquilamente esperando que amainara un poco la lluvia que cada vez era más intensa. De aquí nos dirigimos a la zona más moderna de la ciudad, caminamos un rato por la calle principal haciendo tiempo hasta las 17:30 que salía nuestro buquebús de regreso para Buenos Aires. A eso de las 16:30 nos dirigimos de regreso a la terminal para hacer de nuevo los trámites de migraciones y embarcar con tiempo. Esta vez el barco salió con 15 minutos de retraso por los trámites de migraciones.

Llegamos a la terminal de buquebús en Buenos Aires sobre las 19:00 horas, con tiempo más que de sobra para pegarnos una duchita en el hotel y prepararnos para el espectáculo de cena-show tango que teníamos contratado para esa noche. Pasarían a buscarnos por el hotel a las 20:00 horas.

A la hora prevista, puntuales, acuden a recogernos para trasladarnos al espectáculo de tango. El sitio está situado justo al lado del estadio del Boca Juniors. Es un sitio amplio, muy bien decorado y ambientado en los conventillos de la época y hasta una estación de tren. Nos dieron unos diez minutos para recorrer el sitio y ver cada detalle de la decoración. Después entramos al comedor para cenar, donde, para mi sorpresa, y en contra de otras muchas turistadas, se nos permitió elegir entre tres entrantes, tres platos principales y tres postres, además de disponer de bebidas incluidas en el precio (grata sorpresa). La comida estaba bastante bien para lo que suele ser habitual en este tipo de cenas-espectáculos. Después de la cena, nos condujeron hacia la zona donde se encontraban reproducidas las viviendas o conventillos y allí nos ofrecieron una representación de alguna escena típica de la época para que la gente se hiciera una idea de cómo vivían. Nos gustó mucho. Y por fin, nos hicieron pasar al local interior, perfectamente amueblado, para la representación del tango. En total casi una hora de tango bailado por varias parejas y que gustó mucho. Como conclusión, el lugar perfecto y el espectáculo muy completo.

Alrededor de las 00:30 de la madrugada ya estaban todas las furgonetas a la puerta del lugar con algún que otro agente de policía rondando el sitio por si las moscas y nos trasladaron sin problemas hasta el hotel. Era curioso el espectáculo de las calles del barrio de Boca, la gente joven que se veía por allí, e incluso a las 00:45 de la madrugada, en pleno parque un grupo de unos 20 chavales jugando un partido de fútbol con la luz del parque.


Día 15 - Buenos Aires. Palermo

Hoy tocaba volver al horario normal de batalla, es decir, a despertarnos pronto y salir del hotel antes de las 9:00. Lo primero que hicimos fue ir a la taquilla del teatro donde se representaba la obra "Gorda", que, por cierto, debió de tener mucho éxito y contaba con varias nominaciones a premios. Tuvimos que devolver las entradas porque debido a un error de cálculo habíamos comprado entradas para el domingo, no teniendo en cuenta que ese día estaríamos camino de Punta del Este. No nos pusieron problema alguno para devolver las entradas.

Desde ahí agarramos el metro (línea roja y cambio a la línea verde) camino de Palermo. Nos apeamos en la parada situada cerca del Hipódromo. Nuestra intención era visitar el hipódromo de Buenos Aires y el campo de Polo de Palermo. Se encuentran situados uno enfrente del otro así que no tiene mucha pérdida. Acudimos en primer lugar al hipódromo. Nos permitieron la entrada, pero sólo hasta la zona de las tribunas desde donde se tenía una buena vista de la pista. Nos dijeron que a partir de las 14:00 horas empezaban las carreras. Una cosa curiosa es que no permiten tomar fotografías dentro del hipódromo. La explicación es que a la gente que anda por allí les puede molestar que los turistas tomen fotografías. Como habréis podido intuir la explicación no me convenció en absoluto e hice unas cuantas fotografías. A la salida, ya en plena calle, me dispuse a hacer otra foto de la puerta de entrada del hipódromo con el rótulo de "Hipódromo de Buenos Aires" y aparece otra vez personal del hipódromo para recordarme que no puedo tomar fotos. Le explico que estoy en una vía pública y que como tal puedo tomar las fotos que me plazca. Si a alguien le molesta que le fotografíen bajando de un taxi y entrando al hipódromo, sencillamente, que no acudan, o mejor, quizás lo que les molesta en el fondo es les hagan la foto entrando por la puerta general, como todos los demás y no por alguna entrada vip como hace la gente que se cree tan elitista. Malditas clases sociales. En fin, que de nuevo tomé las fotos que me dio la gana, haciendo caso omiso a sus advertencias. Faltaría más.

De ahí, cruzamos la calle y nos plantamos en el campo de Polo de Palermo. Eran las 11:30 de la mañana y aquello bullía de gente en plena efervescencia, atareados de un lado para otro preparando todo para el desarrollo del Abierto de Polo de Palermo, porque esa tarde había un par de partidos. Preguntamos en las taquillas por el precio de las entradas. Compramos entradas por 35 pesos/persona y la chica nos dijo que el show empezaba a partir de las 15:00 horas con el partido más flojo y a partir de las 17:30 había otro partido más importante en el que jugaban La Dolfina contra Pilará, dos muy buenos equipos, con hándicaps muy altos.

Con nuestras entradas en el bolsillo nos dirigimos a dar una vuelta por la zona de Palermo Soho, pues todo el mundo nos decía que merecía la pena hacerlo y ver el ambiente. La zona está repleta de tiendas modernas, mezcladas con bares y bastantes puestos callejeros que a esa hora empezaban a instalarse. A eso de las 13:30 decidimos emprender de nuevo regreso hacia la zona del campo de polo para tomar algo antes en algún bar de la zona de Las Cañitas, que aparece destacada en algunas guías, y que está situada a escasos metros del campo de polo. Siguiendo las recomendaciones de la guía Lonely Planet acudimos al restaurante italiano Morelia, situado en Báez 260, Las Cañitas. Pedimos un plato de pasta (muy rica) y una pizza grande. Nos hubiera sobrado la pasta porque sólo con la pizza, que tiene forma rectangular y un tamaño más que considerable, además de estar muy rica, hubiéramos tenido más que de sobra. Al final no pudimos acabarla porque nuestro apetito no estaba despierto del todo y esa mañana habíamos desayunado bastante bien en el hotel.

De ahí fuimos ya directamente al campo de polo y nos situamos junto a las vallas de publicidad que delimitan exteriormente el campo de juego, sentados y apoyados junto a una columna de luz, en lugar de sentarnos en las gradas, pues la visión era mejor desde este sitio. Puntualmente, a las 15:00 horas comenzó el partido entre Indios Chapaleufú y El Paraíso. Se situó justo detrás de nosotros un señor mayor, acompañando a otra pareja y que, a juzgar por sus comentarios, nos dio la sensación que había visto mucho polo. Gracias a él nos enteramos de bastantes cosas sobre este deporte, tan minoritario y desconocido en Europa. Aguantamos casi todo el partido allí sentados y al final estuvimos dando una vuelta por el recinto. El sitio constaba de dos campos de polo, uno grande y otro más pequeño, ambos con tribunas, además de una zona para el recreo donde se habían instalado bares y sobre todo stands publicitarios de las marcas patrocinadoras del evento. Había muchísima gente. Decidimos quedarnos también a ver el segundo partido, el que se supone sería de mayor calidad por el mayor handicap de los equipos que se enfrentaban.

Eran las 17:15 y nos acercamos hasta las gradas que nos correspondían según nuestras entradas, esta vez en el campo de polo grande, digo lo de grande por las mayores dimensiones de las gradas y del marcador. Apenas a cinco minutos del inicio se puso a llover y lo que parecía en un inicio una simple nubecilla, acabó por ser una tormenta enorme. Nos refugiamos provisionalmente bajo un árbol y cuando ya la cosa pasó a mayores decidimos resguardarnos en los servicios de la grada principal, junto a un grupo de gente, mientras el resto corrían buscando refugio donde podían. Allí estuvimos esperando más de una hora. Llovía como si no lo hubiera hecho en años. La espera se hizo eterna y cruzamos unas palabras con una chica muy simpática que no hacía más que intentar ponerse en contacto con el móvil, con su marido y su hijo por un lado y con sus primas y sus hijas por otro porque con la tormenta se habían desperdigado. Al cabo de más de una hora, y habiendo mantenido una conversación sobre nuestro viaje, se ofreció cortésmente a acercarnos al centro de la ciudad, pues continuaba lloviendo y la ciudad era un caos. Su marido y su hijo pasaron a recogernos con el coche cerca de donde nos encontrábamos y de allí acudimos a buscar a las otras dos niñas. Continuamos camino hacia el barrio de Recoleta donde tenían una vivienda. Nos contaron parte de su vida, disfrutamos con los críos, que mostraban cierto asombro hacia nuestra forma de hablar y acento particularmente y nos miraban como seres extraños. La ciudad estaba inundada, coches parados por todas partes y unos atascos de miedo. Tardamos casi dos horas en llegar a nuestro destino. A todo esto, ambos con una chupa de agua encima de cuidado. Nos dejaron en el garaje de su casa y tomamos un taxi hasta el hotel.

No terminaron aquí las desgracias del día pues aún nos deparaba una última sorpresa la maldición de la habitación 113 del NH Florida. Nada más entrar en el ascensor éste se queda bloqueado y nosotros dentro. Hicimos sonar la campana y no tardaron en darse cuenta que había alguien atrapado dentro. Los conserjes se pusieron a buscar la llave y a intentar abrir la puerta. A mi mujer, cansada ya de la dura jornada y las peripecias vividas, le entró un poco el pánico y yo intentando calmarla. Menos mal que no tardaron mucho en sacarnos. Todavía tengo el recuerdo de la puerta abriéndose y los tres conserjes, en posición harto complicada, tirando con fuerzas de ella para lograr abrirla del todo. La escena resultaba un tanto cómica. Menos mal que nuestra habitación estaba en la planta primera y que era nuestra última noche de hotel, porque mi mujer no volvió a coger más el ascensor en lo que restó de estancia.

Duchados y con ropa seca, nos dispusimos a pasar nuestra última tarde-noche en Buenos Aires. Teníamos entradas para el teatro. Llegamos a la Av. Corrientes con tiempo y antes de entrar tomamos un tostado de jamón y queso con pan árabe en una cafetería justo al lado, para matar un poco el hambre. Hoy tocaba la obra de "Conversaciones después de un entierro", no tan divertida como Baraka, pero es lógico, el contenido era completamente distinto. Y con esto damos por terminado nuestro cuarto y último día en Buenos Aires.


Día 16 - Traslado de Buenos Aires a Punta del Este (Uruguay)

Hoy no toca madrugar pues Bruno no pasará a buscarnos hasta las 12:00 para trasladarnos al Aeroparque para tomar nuestro vuelo con Pluna a Punta del Este, en Uruguay.

Después de desayunar decidimos ir hasta la zona de Puerto Madero que nos coge a quince minutos del hotel, pues la vez anterior no habíamos llevado la cámara y no habíamos podido hacer fotos de la zona. De ahí paseamos de nuevo por los alrededores de la Casa Rosada hasta llegar a la calle Florida, pues había que hacer algunas compras inevitables antes de abandonar Argentina.

A las 11:45 estamos de vuelta en el hotel. Bruno llega otra vez puntual y nos traslada hasta el Aeroparque. Nuestro vuelo con Pluna hacia Punta del Este sale a las 14:15 horas. Nos dirigimos hacia el mostrador para hacer el check-in y nos encontramos con la sorpresa que nos hacen pagar 20 dólares por cada maleta. Le intento explicar a la señorita que nosotros tenemos comprados los billetes hace 8 meses y que nadie nos advirtió de tal cosa, ni antes, ni después. Nos contestan que desde hace 4 meses la política de la empresa ha cambiado y que hasta hacía un mes estaban siendo permisivos con ello y no hacían pagar a la gente que tuviera los billetes comprados con anterioridad. La digo que esa política de pagar por los equipajes lo practican las compañías de bajo coste en Europa, no las de bandera como se supone que es Pluna. Me quejo amargamente, pero no me sirve de nada y al final pagamos religiosamente a menos que queramos dejar nuestras maletas en Buenos Aires.

No quedará ahí la cosa, pues pido hablar con el supervisor de Pluna, que acude presto en cuanto mismo empiezo a elevar mi tono de voz en la protesta y la gente muestra algo de interés por el jaleo. No me da ninguna explicación convincente, pero me ofrece la posibilidad de hacer una reclamación por escrito, que por supuesto hago, aún sabiendo que no servirá para nada. A esas alturas ya he maquinado la manera de resarcirme del pago de los 40 dólares que injustamente acabamos de hacer, pues como mi maleta estaba ya rota antes incluso de iniciar el viaje, a la llegada al aeropuerto de Punta del Este haré la reclamación y me comprarán una nueva.

Acto seguido, nuevamente trámites de migración, sellado de pasaportes y pago de la "tasa de embarque" (18 dólares/persona) por abandonar Argentina. El vuelo sale puntual y en apenas 45 minutos estamos en otra ciudad y en otro país. Punta del Este nos recibe con una temperatura de 17º C y lloviendo. Mala suerte porque hacía casi tres meses que no caía una gota de agua por allí.

Lo primero que hago nada más llegar al aeropuerto es presentar la reclamación por los daños en mi maleta. Sin problemas el chico me rellena el parte señalándome el sitio donde tendré que acudir, en la propia ciudad de Punta del este, para solucionarlo, y salimos del aeropuerto, donde nuestro transfer nos está esperando. El aeropuerto de Laguna del Sauce está situado a unos 30 km de la ciudad de Punta del Este. El paisaje desde el aeropuerto hasta Maldonado y Punta del Este es espectacular, en cuanto a construcciones a ambos lados de la carretera. Se ven unas mansiones espectaculares.

Llegamos a nuestro hotel El Remanso, céntrico, justo en plena calle El Remanso, recientemente bautizada como Calle 20 (más chic este nombre) y famosa por ser la calle con las tiendas de moda. El hotel con un muy buen desayuno y habitación correcta.

Eran las 16:00 horas, llovía y hacía una temperatura poco propia de la época, lo cual nos hace lamentarnos de nuestra mala suerte. Pedimos un paragüas en recepción y salimos a explorar un poco la ciudad. Nos da pena que los dos últimos días de nuestro viaje que los habíamos destinado a tomar el sol en las playitas de Punta del Este los vamos a tener que dedicar a visitar cosas por la zona. No queda más remedio que aplicar el dicho de "Al mal tiempo, buena cara". Al fin y al cabo estamos de vacaciones.

Acudimos a ver alguna de las playas de por allí, totalmente desiertas. Aprovechamos para cambiar algo de dinero. Es domingo y los bancos están cerrados, así que en el Casino nos dan un buen cambio, poco mejor que las casas de cambio (1 euro/29,5 pesos uruguayos). Nos dirigimos a la estación de autobuses, que está a pocos metros del casino y de nuestro hotel para informarnos sobre los destinos a los que podemos acudir al día siguiente. Nos hacemos con horarios y más o menos elegimos destinos para hacer al día siguiente. No hay muchos sitios que visitar, pues el lugar es esencialmente para ir a la playa todo el día y salir por la noche, aunque aún no estamos en plena temporada alta, que tal como nos contaron, empieza a partir del 15 de diciembre y que hacia el mes de enero están todos los alojamientos y departamentos completos.

Con la tarde tan desapacible que estaba y al ser domingo decidimos ir al único shopping que hay en Punta del Este, bautizado de manera ingeniosa como Punta Shopping. Tomamos un autobús, pagamos 12,5 pesos uruguayos/persona y en diez minutos nos plantamos allí. Estaba de gente a rebosar. Había tiendas con ropa de marcas conocidas a unos precios bastante razonables, bastante más baratos que en Buenos Aires. Mi mujer le echó el ojo a un abrigo que al final viajó con nosotros a España. Estuvimos allí un par de horas, hasta que nos aburrimos de andar y tomamos el bús de vuelta al centro.

Esta primera noche en Punta del Este escogemos para cenar un restaurante italiano cerca del hotel, donde pedimos una milanesa de pollo, enorme, no cabía casi en el plato y unos ñoquis rellenos de cuatro quesos. Bastante bueno todo. Se nota en el ambiente que aún faltan unos días para la avalancha de argentinos hacia Punta del Este, porque los sitios están prácticamente vacíos.


Día 17 - Punta del Este (Uruguay)

Hoy amanece el día sin lluvia pero con una amenazante presencia de nubes. Bajamos a desayunar donde nos espera la grata sorpresa de encontrarnos con una gran variedad de zumos naturales, auténticos. Están buenísimos y me tomo un vaso de cada uno de ellos, además de otras tantas cositas.

Salimos del hotel con destino la estación de ómnibus para coger uno hacia la zona de Punta Ballena, donde se encuentra la casa museo-taller de Carlos Páez Vilaró, un pintor uruguayo que es una auténtica institución en ese país. Sinceramente, desconozco si a nivel internacional su fama llega tan lejos, pero desde luego en Uruguay es muy reconocido.

Compramos dos billetes de ida y vuelta y nos informamos en qué parada había que apearse para llegar hasta su casa taller. La distancia hasta la localidad más próxima a Punta Ballena, que es Portezuelo, es de unos 25 km El autobús tardó poco más de 30 minutos. Por el camino, hoy sí, con bastante más luz que el día anterior a nuestra llegada, pudimos apreciar aún mejor las impresionantes casas que salpican el paisaje. El autobús nos dejó a una distancia de unos 3 km de nuestro destino y tuvimos que desandar parte del camino hasta tomar un desvio hacia la zona de Punta Ballena. Justo al final de este camino y tras andar durante unos 30 minutos por una carretera local, viendo más de cerca cantidad de casas preciosas, enormes y cada una con una arquitectura diferente. Justo al final de Punta Ballena y sobre la ladera de la colina se encuentra el museo-taller de Carlos Páez Vilaró. No es necesario dar muchas explicaciones para su localización pues una vez sobre el terreno se disipan de inmediato, por sus dimensiones y peculiar arquitectura.

Sobre la casa-museo-taller no me explayaré, pues toda la información sobre la persona y su obra, más precisa y extensa seguro que aparece en la red. Tan sólo comentaré el detalle de que una de las personas que sufrieron el famoso accidente en los Andes en la década de los 70 en el que se basó la película "Viven" era el hijo de este pintor y que gracias a su tesón en no abandonar la búsqueda, consiguió que dieran con los supervivientes. En una de las salas hay alguna publicación que narra con detalle los hechos, para los que tengan curiosidad por el tema. Existe la posibilidad de visitar parte de la casa, cosa que hicimos. Previo pago de una entrada que al cambio resultó algo así como 3-4 euros/persona, se permite la visita de cuatro o cinco salas con obras suyas y otras tantas terrazas desde las que se tienen unas espectaculares vistas del mar y que por cierto es la única forma de poder admirar en toda su extensión la enorme casa-museo-taller. La visita nos llevó poco más de media hora y emprendimos camino de regreso a Punta del Este. Esta vez tuvimos un poco más de suerte y a medio camino de vuelta vimos un autobús que paró en un mirador situado junto a la carretera, preguntamos y nos servía para regresar así que nos ahorramos un paseo.

Camino de vuelta, pregunté al conductor si podría parar en la Av. Roosevelt, pues en el viaje de ida habíamos pasado por delante de las oficinas de Pluna en Punta del Este y como tenía pendiente el tema de la maleta, pues aproveché para solucionarlo. Nos apeamos allí y acudí a las oficinas con mi reclamación. Me dijeron que tendría que llevarles la maleta por sí existiera la posibilidad de repararla o bien comprar otra nueva. Volvimos de nuevo al hotel, vacié la maleta y regresé con ella. La dejé allí, les dimos la dirección de nuestro alojamiento y quedaron en solucionarlo esa misma tarde. En esto sí que se portaron porque esa misma tarde, a última hora tendría una maleta nueva esperándome en la recepción del hotel.

Hecho este trámite, y como eran ya las 13:30 del mediodía, decidimos comprar unas empanadas en un chiringuito cerca del hotel especializado en estos manjares y probamos de cinco o seis tipos diferentes. Nos las prepararon para llevar y nos fuimos a comerlas a Playa Brava, donde está situada la famosa escultura de "los dedos", de la que quizás alguno haya oído hablar. No tiene nada de relevante, pues tan sólo son cinco dedos en una postura que simila estar surgiendo de la arena. Con el viento que había hecho esos días, parte de la arena que cubre la base de la escultura había desaparecido y varios operarios en orugas se afanaban por reponer la arena a su posición original, pues el fin de semana siguiente se disputaba en la ciudad una carrera de formula 1 o algo así y parte del recorrido urbano ya estaba cerrado al uso público.

Un comentario sobre la ubicación de la ciudad de Punta del Este. Aparentemente el origen del nombre tiene sentido pues la zona más antigua de la ciudad se encuentra en una península rodeada por un lado por las aguas del océano atlántico y por otra por las aguas del río de la plata, lo que da lugar a que a ambos lados de ella se encuentren playas, unas bañadas por aguas del océano, más salvajes y con más olas y las otras playas bañadas por las aguas del río de la plata, con menor oleaje. Lo curioso es que en la parte más estrecha de la franja de tierra la distancia que separa unas playas de otras es de apenas 300 metros.

Tras degustar las empanadas nos dirigimos de nuevo hacia la estación de autobuses con la intención de realizar alguna otra excursión por la zona. En principio la idea era acudir hasta la playa de La Barra, situada a unos 15 km del centro y una de las más famosas en Punta del Este, pero al final optamos para dejarlo para el día siguiente y dedicar esa tarde a Piriápolis, ciudad situada a unos 40 km de Punta del Este, dirección Montevideo. El nombre de la ciudad proviene de un personaje llamado Francisco Piria, al cual se le tildó de visionario, lo cual no terminé de entender muy bien el porqué, pero que al parecer, fundó el embrión de esta ciudad, considerada como balneario. La situación, a pie de costa, es privilegiada. Paseamos un rato por ella, visitamos algún lugar destacable, como la fuente de Venus, sin poder llegar hasta la villa que fue la residencia de tal ilustre personaje pues está situada algunos kilómetros fuera de la ciudad y paseamos un rato.

Incluso tuvimos tiempo de tomar un café con alfajores antes de tomar el bus de vuelta para Punta del Este a las 18:35 horas. En cuanto al horario de autobuses, funcionan tres compañías de autobuses, con horarios distintos. El último autobús de vuelta creo recordar salía de Piriápolis a las 20:30 horas, llegando a Punta del Este a las 21:15horas.

Esa noche la elección para cenar fue un restaurante situado justo enfrente del Casino (no recuerdo el nombre). Estaba casi vacío a excepción de otras dos parejas. El servicio impecable y la comida abundante y rica. Pedimos pasta y carne. El precio más que razonable. Al llegar al hotel tenía esperándome una flamante maleta nueva comprada por Pluna, que en parte compensó el desembolsó de 40 dólares que tan injustamente tuvimos que hacer por facturar nuestras maletas. Con esto dimos por finalizado nuestro segundo día de vacaciones en Punta del Este.


Día 18 - Traslado de Punta del Este (Uruguay) a Buenos Aires y vuelo de regreso a España

El plan para hoy era sencillo pues tan sólo disponíamos de unas pocas horas en Punta del Este, exactamente hasta las 14:00 en que pasarían a buscarnos para trasladarnos hasta el aeropuerto. El desayuno, como en días anteriores, excelente, unos zumos naturales de morirse. Incluso tuve el detalle de felicitar al personal de cocina por su elaboración. Soy de la opinión que cuando las cosas están mal hay que decirlas, pero también cuando están bien hay que hacerlo, pues es una forma de recompensar, siquiera moralmente, el trabajo bien hecho. La persona a la que me dirigí agradeció el gesto.

Bajamos a recepción a eso de las 9:30 con nuestras maletas para hacer el check-out y dejarlas en consigna, pero ante nuestra sorpresa, la recepcionista nos ofreció la posibilidad de dejar aquellas en la habitación hasta la hora de partir, sin problema alguno. Excelente detalle gesto por su parte.

Fuimos de nuevo a la estación de autobuses. Creo que no hemos tomado tantos autobuses desde que íbamos al colegio. Esta vez el destino era la zona de La Barra, dirección opuesta a Montevideo. Esta zona es famosa, además de por sus playas, por ser la zona de movida nocturna en temporada alta. Tal y como nos contó el taxista que nos llevó al aeropuerto es aquí donde se concentran todos los locales de moda y la gente se desplaza desde Punta hasta allí todas las noches.

Esta mañana tampoco habíamos tenido suerte con el tiempo y otra vez amenazaba lluvia. La temperatura era incluso más baja que los dos días anteriores. Para llegar a la zona de La Barra hay que cruzar un puente ondulado, llamado Leonel Viera, sí como lo leéis, ondulado. Es una curiosa construcción que supongo a los lugareños no les hará ni pizca de gracia, el hecho de tener que andar subiendo y bajándolo cada vez que lo cruzan y en menos de 200 metros que tendrá de extensión, pero que a los turistas que pasamos allí apenas unos días, sí resulta curioso, peculiar e incluso divertido atravesar.

Otra circunstancia curiosa sobre el sistema de transporte urbano en Punta del Este es que a lo largo de las dos principales vías de acceso y salida de la ciudad, las paradas de autobús están señaladas por números correlativos, llegando casi hasta el 41 o 42, lo cual simplifica mucho la cuestión, pues la gente no tiene que andar aprendiéndose nombres y para los turistas mejor aún pues se guían por números.

Llegamos a la playa de La Barra, bajamos hasta ella a pesar de que soplaba un viento infernal y temía hacer fotos porque la arena se metía por todos los sitios. Contemplamos algunas casitas situadas a pie de playa, con sus propias escaleras para acceder a ellas. Vamos, una pasada. Menudo sitio para veranear si no fuera por el hecho de estar a casi 12 horas de avión desde España. El tiempo no nos dio tregua y se puso a llover, así que no pudimos disfrutar mucho del paisaje. Hicimos alguna foto y ya camino de una parada de autobús para regresar a la ciudad, topamos con el taller de un pintor llamado Zuloaga. Me llamó la atención el apellido, pues en España también tuvimos un famoso pintor que murió en 1945 con el mismo apellido. Entramos al sitio y preguntamos al hombre que se encontraba allí por el asunto. Casualidades de la vida, pero él era el pintor y también se llamaba Ignacio Zuloaga, como el pintor español. Los orígenes de ambos eran igualmente vascos.

En el caso del uruguayo, de abuelos italianos por un lado y vascos por otro. Entablamos conversación durante más de media hora sobre temas sociales, políticos, sobre su pintura, trayectoria, exposiciones, e incluso nos contó anécdotas que le habían ocurrido recientemente con unos potenciales compradores árabes. En resumen, pasamos un rato muy agradable y aprendimos más cosas sobre Uruguay, un país del que desconocemos casi todo y con el que compartimos tantas costumbres, y que se ve en parte eclipsado por su vecino más grande y poderoso, Argentina.

Tomamos el bus de vuelta, recogimos las maletas de la habitación y a las 13:55 horas ya estaba nuestro transfer a la puerta del hotel, puntual. Era un hombre de unos 60 años, simpático y extrovertido, con orígenes italianos y españoles, como la mayor parte de los uruguayos. Hablamos sobre lo extraño que resulta a los europeos el imaginarse unas fiestas de Navidad a 38º C y en la playa. Nos contó que allí la gente tenía las mismas costumbres que en España, pues en el tema de la comida también se atiborraban a todo tipo de grasas como cochinillo, cordero, etc. Y que la gente después acudía a fiestas en locales, que se organizaban en la zona de La Barra.

Nuestro vuelo desde Punta del Este hacia Buenos Aires debería haber salido a las 16:15 horas, pero por no se qué historia extraña de los pilotos que no supieron o quisieron concretarnos, tenía un retraso de 1 hora. Afortunadamente nuestro vuelo posterior desde Buenos Aires hacia Madrid no salía hasta las 23:40 horas, así que andábamos sobrados de tiempo.

Como nos habían advertido desde Pluna que haciendo el check-in on line nos permitían facturar una maleta por persona sin tener que abonar los 20 dólares que ya pagamos a la ida, así lo hicimos y al llegar al mostrador para entregar las maletas, me pesan la mía y resulta que son 23 kg. Me dice el chico que tengo que pagar 9 dólares por el sobrepeso. Le digo que aguarde, que ya saco de ella los kilos de más. Quito tres libros que habíamos comprado en Buenos Aires y lo dejo en 21 kg. No me ponen más problemas. Aún nos faltaba el último trámite antes de salir de Uruguay y eran las famosas "Tasas de embarque", las cuales ya hasta me producen pesadillas por las noches. Esta vez el impuesto era la módica cantidad de 29 dólares/persona (menudo atraco). En este mismo trámite nos encontramos con un matrimonio vasco que tenían un cabreo de aupa porque la señorita de la ventanilla no les quería cobrar las tasas en pesos uruguayos al pagar con la Visa. El hombre se mosqueó bastante. Yo al final me resigné porque te da igual lo que digas, acaban haciendo lo que les han ordenado, así que es como luchar contra los elementos. Pregunté allí mismo el tema de la devolución del IVA del abrigo que mi mujer se había comprado en Punta del Este. La chica me dio un folleto sin más, sin saber siquiera la información que contenía y de devolución in situ y en metálico, ni hablar. Vamos, que me parece que ya lo hemos visto.

El vuelo salió con el retraso ya conocido de 1 hora y en otros 45 minutos estábamos otra vez en Buenos Aires. Allí estaba Bruno esperándonos para trasladarnos hasta Ezeiza, pues nuestro vuelo de Iberia de regreso a España salía desde allí. Tal como nos contó Bruno le había surgido un problema con el radiador del coche y no había podido solucionarlo, así que había localizado a otra persona para que nos trasladara hasta Ezeiza. Antes de despedirse de nosotros nos hizo entrega de un detalle que nos había comprado como recuerdo de nuestra estancia en su país, algo que mi mujer había mencionado en algún momento y que él había retenido. Un detalle de una gran persona y que no hizo sino confirmar el excelente recuerdo que nos llevábamos de Argentina como país en general y de su gente en particular.

El traslado desde el Aeroparque hasta Ezeiza, que distan 40 kilómetros entre sí, nos llevó casi dos horas, pero teniendo en cuenta que era plena hora punta de un día laboral, pues entra dentro de lo previsible. Llegamos con suficiente tiempo para facturar, hacer los trámites de la devolución del IVA de lo que habíamos comprado en Argentina que, por cierto, como no, era un único artículo y de mi mujer. El agente de aduanas, con un sentido del humor inusual para el cargo, alabó su buen gusto al elegir la prenda, comprobó la etiqueta para ver que el producto había sido fabricado en Argentina y selló el comprobante. De ahí subimos a la primera planta, a la oficina de devolución, nos pidieron la visa y nos hicieron la devolución en la tarjeta. El último trámite, además de migraciones y sellos de salida en los pasaportes, la archifamosa "tasa de embarque" para poder abandonar Argentina. Esta vez, otros 18 dólares/persona.

Tan sólo quedaba comer algo antes de embarcar, gastar los últimos pesos y pasar las horas que restaban de la mejor manera posible. El vuelo de Iberia, para variar, se retrasó casi una hora y alrededor de las 00:45 partimos con destino a Madrid.

Para nosotros no acababa aquí el viaje, pues aún teníamos que tomar otro vuelo con destino a Santander, que salió de Barajas también con algo de retraso, alrededor de las 19:30, llegando a nuestro destino final a las 20:15 de la tarde, con lo que 30 horas después de partir del hotel de Punta del Este llegábamos, por fin, a nuestra ciudad, dando así por finalizadas nuestras maravillosas y largas vacaciones en Argentina y Uruguay.


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