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Bandera de Taiwán

TAIWAN

Toda China en una isla. Impresiones de un viaje a Taiwán

Anna Ginestí Rosell
Published on Data viatge: 2006 | Publicat el 23/03/2007
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TODA CHINA EN UNA ISLA. IMPRESIONES DE UN VIAJE A TAIWÁN

Un puesto con pescado; el siguiente, con todo tipo de carnes; en el de al lado, cajitas de bambú con saquetitos de pasta rellena. Nos sentamos en la cocina de un hombre de mediana edad. Él alza dos dedos de la mano, le decimos que sí con la cabeza y empieza, con movimientos casi automáticos, a poner ingredientes en un tazón, del tazón a diferentes ollas hirviendo, de nuevo al tazón. En un abrir y cerrar de ojos nos sirve dos sopas con fideos de arroz y gambas. Delicioso.

Podría ser el paraíso, pero es el mercado nocturno de GaoXiong, donde se condensa en unos pocos metros toda la cocina china. Estamos en la mitad de nuestro viaje a Taiwán, la Isla Formosa de los portugueses, y querríamos no tener que llegar nunca al final.

En el mercado nocturno de GaoXiong
En el mercado nocturno de GaoXiong

Nuestro viaje empezó en TaiChung, la tercera ciudad de la isla. Esperábamos una metrópolis estresante, por el contrario nos pareció bastante tranquila.

Como veremos en todo el país, omnipresentes las motocicletas y las mascarillas con que sus conductores se cubren la cara, no sabemos si en un intento de protección real o como complemento de moda.

En todas partes se pueden adquirir estas mascarillas como quien compra pendientes o un pañuelo para la cabeza. Decenas de estampados y colores distintos, cual más llamativo.

TaiChung está situada más o menos a la mitad de los 300 km que cuenta la isla de norte a sur. Desde allí emprendemos una excursión hacia las montañas centrales.

Moverse en autobús por Taiwán precisa de mucha paciencia para el principiante: numerosas compañías ofrecen la misma ruta, pero cada una tiene su punto de venta y su punto de salida, no siempre coincidentes.

Por fortuna, nuestra guía de viajes incluye todos los nombres escritos en chino, con lo que nos permite preguntar por la dirección a cualquier pasante. Y cuando las dificultades parecen insolubles, encontramos siempre al final un alma caritativa que además habla inglés. Como el chico que nos encuentra perdidos ante la estación de tren, nos lleva a comprar el billete para PuLi, hace de intérprete con la vendedora y hasta nos acompaña a la puerta del autobús.

Con todo ello, llegar al lago del Sol y la Luna, el lugar preferido de los taiwaneses para celebrar la luna de miel, nos lleva medio día. Una vez allí, cometemos el mismo error que otros europeos: querer recorrer la orilla del lago a pie. No encontramos ningún camino, por lo que caminamos por una carretera con tránsito continuo de coches y motos. Agobiados, llegamos a un pueblo al lado opuesto de salida. No hay ni taxis ni autobuses, la única forma de salir de allí es coger la barca que cruza el lago, volver al punto de salida y hacer el mismo recorrido de vuelta a TaiChung.

Llegamos a nuestro hotel hambrientos, de mal humor y con la sensación de haberlo hecho todo mal. De nuevo ante nuestra cocinera preferida, con un tazón de sopa llena de cosas deliciosas que no podemos realmente describir, nos reímos de lo sucedido. A menudo, el viaje es más precioso que el objetivo a visitar.

Y el pensar en toda la gente que hemos encontrado nos hace sonreír: el chico de la estación, un taxista que nos ha ofrecido una sesión de karaoke en su coche mientras nos acercaba al lago, el grupo de jóvenes que nos han indicado la barca que debíamos tomar para la vuelta, la pareja de chinos con quien hemos compartido las incertezas del viaje en autobús, y la cocinera que ahora llama con su móvil a su primo para que él nos cuente qué ingredientes componen una gelatina negra que queríamos probar pero que nos desaconseja.

De TaiChung marchamos en tren a GaoXiong. En el tren, las estaciones son anunciadas también en inglés, lo que nos facilita enormemente el bajar en la estación adecuada. Desde GaoXiong continuamos en autobús hasta el extremo sur de la isla, el parque natural de KenTing con playas y bosques tropicales.

No cometeremos otra vez el mismo error, y después de haber encontrado un hotel vamos a la búsqueda de motocicletas. Oficialmente es necesario poseer un carné de conducir internacional para poder alquilarlas, pero el propietario de la tienda donde preguntamos se deja convencer por el carné alemán de mi compañero y ni tan solo quiere ver el mío.

No hemos conducido una motocicleta en nuestra vida, por lo que necesitamos de un par de indicaciones que pacientemente, y suponemos que rezando a los dioses, nos da el amable señor.

Salimos de allí con dos flamantes motocicletas, eso sí, casco incluido. Ahora sí, integrados en el sistema de transporte taiwanés, recorremos las playas del sur, nos adentramos a los fascinantes bosques tropicales donde el viento crea la música agitando las ramas del bambú, y subimos unos quilómetros por los acantilados de la costa este. El fuerte viento en esta zona nos hace desistir y abandonamos la carretera de la costa. Decidimos que nuestra próxima visita va a empezar en esta fascinante y ruda región.

El tiempo se nos acaba. Los dos últimos días los destinamos, esta vez sí, a la capital Taipéi.

Aún cuando muchos de los carteles se encuentran aquí escritos también en inglés, la ciudad no nos parece tan acogedora como el resto del país. Nadie ya tiene tiempo para intentar entender lo que queremos decir, nadie nos pregunta sobre nuestro país y nuestras impresiones de Taiwán, nadie nos aconseja dónde debemos ir, qué debemos probar. Aquí la comunicación debe ser rápida.

Impresionante el edificio Taipei 101, el más alto del mundo. Pomposo el mausoleo de ChiangKaiShek con su inmenso parque. Fascinados por los mercados nocturnos del país, buscamos el más famoso en Taipéi, que incluye la llamada Calle de las serpientes.

Antes de llegar allí, pasamos por delante de un templo lleno de actividad y entramos en él. Parece ser un día especial. Lo que hemos observado en otras ocasiones, ofrendas de fruta, agua y pequeños pasteles, la quema en hornos de montones de papeles amarillos que simbolizan dinero, las varas de incienso clavadas en un recipiente ante los altares de los dioses, los oráculos que transmiten unas piezas de madera dejadas caer al suelo, lo encontramos aquí ocupando todos y cada uno de los espacios del templo.

Dejados llevar por la espiritualidad del sitio, seguimos el camino que nos marcan los visitantes y nos paramos, como ellos, ante cada una de las estatuas de culto. Y pedimos a los dioses, sean quienes sean, que nos permitan volver pronto.


Guia de viatge a l'illa de Taiwan - Sònia Graupera [2014]